"Una reflexión desde la Psicología Social y la Sociología de la Religión"
Pedro M. Fernández
“Es necesario que todo esto suceda, pues ya estaba profetizado”. “Estas
son señales de que el fin del mundo está cerca”. “Científicos han descubierto
que este virus es un invento de los chinos para convertirse en la primera
potencia”. “Esto es obra de los gobiernos que quieren reducir la población
mundial”. “Detrás de todo están las grandes corporaciones”. “La cura del virus
ya existe, solo están dejando que se muera una cantidad predeterminada de
personas”. “Todos nos vamos a contagiar y posiblemente a morir”. Estas son solo
algunas de las muchas ideas que escuchamos a diario y de las publicaciones que
recorren cual proselitista nuestras redes sociales.
Ahora, ¿qué tanto nos puede dañar el COVID-19? ¿En qué sentido puede
dañarnos? Son dos de las interrogantes que ocupan mi confinada existencia en medio
de la situación que vivimos actualmente a causa del virus. Responder a estos
interrogantes no es tarea sencilla, porque cualquier abordaje simplista puede
conducirnos a errar y a difundir informaciones que desayuden más que beneficiar
a quienes las consuman.
De lo anterior que, un abordaje riguroso del tema debería tomar en
consideración los puntos de vista de las ciencias médicas, la salud pública, la
sociología, la psicología, la economía, la política, la religión, entre otros.
Lo cual implicaría la colaboración de diversos especialistas. En este punto
cabe precisar que el fin de este escrito es reflexionar el tema desde la
Psicología Social y la Sociología de la Religión. Pese a ello, pudiera ser que en
algún momento parezca que me adentro a otro campo del conocimiento, dado que la
realidad no parece ser discreta.
Hablar del virus en la situación actual es como hablar de un tema
bíblico con una persona que lleva mucho tiempo en la iglesia y que además es
fanática; en tal caso, será difícil que por lo menos reflexione una interpretación
diferente de la que la ha enseñado y de la cual se abraza con gran fuerza dada
la inmensa cantidad de interpretaciones que amenazan con desestabilizar su fe.
De algún modo, ante el bombardeo de informaciones diferentes y divergentes, en
el mayor de los casos desinformativas sobre el COVID-19, la gente busca una
verdad a la cual apegarse. Y muchas veces, la presunta “verdad” es escogida no
a partir de un ejercicio critico lógico-racional, sino a partir del sesgo de
confirmación: simplemente aceptando como cierto las informaciones más afines a
las creencias propias. Si la información es falsa, la persona pensará de forma
errónea el tema, pero será difícil sacarle de ahí. Porque, como entiende Mark
Twain, es más fácil engañar a las personas que convencerlas de que las han
engañado.
Daniel Kahneman y Amos Tversky realizaron diversos estudios estadísticos
enfocados, muchos de ellos, en observar cómo las personas razonan
estadísticamente. Para sorpresa de ellos y también nuestra, aun los más
intelectuales (según el estereotipo popular) y la población en general en la
cotidianeidad razona siguiendo más la intuición que la lógica estadística. Ellos
encontraron que las personas tienden en sus razonamientos a fiarse de la
información más próxima o accesible a la conciencia, es como tomar un atajo
mental para el razonamiento. Llamaron a esta confianza “heurística de
disponibilidad”. Por ejemplo, hay mayor probabilidad de que tengamos un accidente
en automóvil que en avión, pero si recientemente hemos sufrido un accidente de
avión o hemos estado expuestos a diversas noticias sobre accidentes de avión,
lo más probable es que pensemos que los accidentes en avión son más comunes que
los de autos. Lo interesante es que la facilidad con la que accedemos a las
informaciones próxima a nuestra consciencia está condicionada en gran medida
por la cobertura de los medios. Por ello, hay homicidios que nos conmueven más
que otros, delincuencias que nos impactan más que otras y enfermedades que nos
invaden más que otras. Todo depende de cuál es la escena que quieren que veamos.
Esto no es conspiración, sino que la opinión social es guiada.
Lo anterior también está relacionado con la forma en que funciona
nuestra atención. Hoy compro un auto de una marca poco común, mañana salgo a la
calle y está llena del mismo auto. Y es que tenemos la capacidad de enfocarnos,
en un momento determinado, en una porción de la realidad y prescindir del resto
(no es que el muchacho no atiende, es que está atendiendo a otra cosa). Si esto
es así, tendremos varias implicaciones. Por un lado, poder enfocarnos evita que
nos dispersemos y permite que podamos captar con precisión la información
enfocada. Por otro lado, el hecho de estar enfocados en un punto puede
llevarnos a perder de vista información relevante existente en el contexto o
puede hacer que nos enfoquemos en información irrelevante, errónea o nociva.
Pues, como dice Steve Lukes, toda forma de ver es una forma de no ver. Si el enfocarse
de forma desmedida en un punto determinado es acompañado de obsesividad, pánico,
ansiedad fanatismo, o teoría conspirativa las cosas pueden complicarse.
Lo dicho hasta aquí nos lleva a pensar que, dada la forma de funcionar
de nuestro razonamiento y de nuestra atención, si estamos sobre expuestos a un
estímulo o saturados de una información terminada por largo tiempo, dicha
información tenderá a condicionar toda nuestra forma de pensar, nuestros
sentimientos y nuestras acciones. Y por extensión, nuestra forma de
relacionarnos. ¿Conoce usted a alguien que solo hable de un tema en el cual
siempre tiene la razón? Por ahí va el asunto.
En la década de 1960, Stanley Milgram buscaba conocer cómo las personas
estaban conectadas unas con otras. Entregó cartas a 100 personas de Nebraska y
pidió que las enviaran a un destinatario en Boston, pero no podían enviarlas
directamente, sino a través de alguna persona conocida. La persona que recibía
la carta debía enviarla a un conocido y así sucesivamente. En promedio se
necesitaron seis personas para que la carta llegan al destinatario en Boston.
Este experimento fue reproducido a escala mundial en el año 2002 por Duncan
Watts con el mismo resultado. Se concluyó que todos estamos conectados con el
resto del mundo por seis grados de separación.
Siguiendo la línea de investigación antes mencionada, Nicholas
Christakis y James Fowler observaron que, si bien estamos separados del resto
del mundo por seis grados, la influencia solo llega hasta el tercer grado. En
otras palabras, nosotros influenciamos y somos influenciados por nuestros
amigos, los amigos de nuestros amigos y los amigos de los amigos de nuestros
amigos. En resumen, existe seis grados de separación y tres grados de
influencia o contagio. También ellos observaron que en promedio tenemos unas 20
personas en nuestra red de primer grado. Lo que implicaría que influenciamos y
somos influenciados por alrededor de 8 mil personas.
Las redes que establecemos y a las que pertenecemos determinan nuestro
modo de interacción social. Pues, por dichas redes se transmiten informaciones,
ideologías, sentimientos, enfermedades, conspiraciones y demás. En este
sentido, podemos comprender el modo de propagación de un rumor, de una
creencia, de un sentimiento, de una enfermedad o del pánico social. Aquí cabe
resaltar que con la creación de las redes sociales virtuales se potencia de
forma exponencial la propagación y el contagio y, de igual modo, los efectos o
consecuencias de los mismos.
Dicho lo anterior, en el caso de una enfermedad contagiosa, con un solo
infectado hay una red de 8 mil personas que potencialmente pudieran ser
contagiados. Desde luego, la probabilidad de que esto suceda varía en cada
grado de relación de la red. Desconozco la proporción en temas de salud. Pero,
por ejemplo, según Christakis y Fowler, en el caso de la felicidad la
probabilidad contagio en el primer grado de la red es de 15%, en el segundo
grado es de 10% y en el tercer grado es de 6%. En esta probabilidad interfieren
diversos factores como, por ejemplo, el distanciamiento geográfico. Pues se ha
observado que si las personas del primer grado de la red viven a menos de una
milla la probabilidad de que ese nivel de contagio se dé aumenta un 25%.
El ejemplo con la felicidad nos deja claro que la probabilidad de
contagio varía de un grado a otro de la red y que dicha probabilidad puede variar
en un mismo grado en función de diversos factores como el distanciamiento
social. Aquí hay dos cosas que observar. Primero, que he estudiado el tema del
contagio social en las redes sociales naturales no en las redes sociales
artificiales. Segundo, que el contagio de un virus como el COVID-19 se propaga
a través la red social natural, pero el pánico social, la ansiedad, las falsas
creencias y las teorías conspirativas, inferimos que se propagan por la red
social virtual y con mayor vertiginosidad. Por lo que, las consecuencias
psicosociales de la propagación y contagio a través de las redes virtuales de
pánico, ansiedad y falsas creencias pueden ser tan nocivas o más que el mismo
virus.
Desde las ciencias médicas y desde la salud pública se hacen esfuerzos
para frenar la propagación del virus, para encontrar una vacuna y para atender
a los contagiados. Para ello, se han utilizado diversas estrategias que van
variando en la medida en que se van obteniendo mayores conocimientos sobre el
virus. De igual modo, desde la psicología debemos atender las consecuencias
psicológicas de la propagación del pánico social, la ansiedad y las falsas
creencias que afectan a la población en términos cognitivos, emocionales y
conductuales. Así como realizar esfuerzos para frenar el contagio social de los
problemas de orden psicosocial.
A este nivel de nuestra reflexión podemos asumir como plausible que
estamos interconectados por redes sociales naturales que determinan nuestra
forma de interacción social; que existen seis grados de separación y tres de
influencia; que por la red se propagan informaciones, sentimientos, ideologías,
enfermedades, conspiraciones y demás; que la influencia y el contagio solo
llegan hasta el tercer grado de la red; que la probabilidad de propagación y
contagio varía de un grado a otro y depende a diversos factores; que las redes
sociales virtuales incrementan la propagación y el contagio de forma
exponencial; que nuestro razonamiento está condicionado por sesgos,
heurísticos, estados emocionales e influencias del medio externo; que en el
proceso de razonamiento se favorecerá la información más accesible a la
consciencia; que aceptamos con mayor facilidad informaciones que confirmen
nuestras opiniones y creencias aunque las mismas sean falsas; que la
sobreexposición a un tipo de información focaliza desmedidamente nuestra
atención y condiciona nuestros pensamientos, sentimientos y conducta individual
y social; y que los medios de comunicación favorecen que ciertas informaciones
sean las que ocupen nuestra atención en un momento determinado.
Dicho lo anterior, cabe preguntarse ¿cómo nos afecta la difusión masiva
de fakes news sobre el virus a través de los medios de comunicación y redes
sociales? ¿Qué impacto tiene en la población el consumo diario y masivo de
informaciones e interpretaciones tan disímiles sobre el virus? ¿Cómo incide en
la conducta social y modos de interacción el pánico generalizado? ¿Cuál tendrá
consecuencias más nocivas a largo, el virus perse o la construcción social del
mismo y la interacción social que produce? Hay muchos otros interrogantes al
respecto.
En relación con estos interrogantes hay que tomar en consideración que
una cosa es el virus perse y otra diferente es cómo en el ámbito de lo
simbólico interaccionamos socialmente en torno al mismo. Siguiendo al
construccionismo social, la realidad que experienciamos los humanos no es la
realidad inherente a los fenómenos de la naturaleza, sino una realidad
construida socialmente. Esta realidad, la nuestra, la única que conocemos
experiencialmente, se ve condicionada por la forma en que interpretamos nuestra
experiencia subjetiva e intersubjetiva. Porque, en definitiva, parece ser que
nuestra realidad no es más que eso, una interpretación.
Las fakes news son interpretaciones distorsionadas de la realidad objetiva
que nos desinforman con respecto de la misma. Y que en el contexto de la
posverdad la difusión de noticias falsas tiene más impacto cuando apelan a las
emociones y creencias personales, influenciando así la opinión pública y la
conducta social. Solo hay que mirar las redes y medios de comunicación para
darse cuenta de cómo se apela más a nuestras emociones que al razonamiento
crítico.
Es virus es real y tiene un nivel de contagio y un nivel de letalidad
específicos que varían en virtud de diversos factores tanto inherentes a las
personas como del contexto. Pero allí en donde se genera un vacío por la falta
de conocimiento científico respecto a un fenómeno nuevo, se crea en un caldo de
cultivo para la proliferación de todo tipo de interpretaciones erróneas de
índole política, religiosa, económica, pseudocientífica, medica, conspirativas,
entre otras.
En fin, la realidad del virus ha hecho viral múltiples interpretaciones
erróneas de dicha realidad, entre las cuales las personas escogen de función de
su sesgo de confirmación. En este punto, como plantea la paradoja de la
elección, tener más opciones entre las cuales elegir no aumenta nuestra
felicidad, sino nuestro nivel de ansiedad, la frustración y la incertidumbre.
Porque elegir una opción implica rechazar otras y no sabemos si hemos elegido
correctamente. Y en este contexto muchas personas desean una verdad a la cual
apegarse. Así que, les genera ansiedad e incertidumbre no saber qué es verdad y
cómo proceder. Las redes están llenas de personas que tienen la cura del virus
y muchas son las personas que se apegan a algunos de esos gurúes y terminan
frustradas cuando se dan cuenta de que todo era mentira. Qué fácil es tomarles
el pelo a las personas desesperadas. Bien lo advierte Luc Ferry, que muchas
veces las personas prefieren una buena noticia falsa a una mala noticia
verdadera. Como ven, esto no sucede solo en el amor.
En el contexto actual, algunas personas toman el camino de la negación,
sea respecto del virus o de su letalidad o contagio. Así que, continúan su
vida como si nada pasara sin tomar ninguna medida a menos que el señor COVID
toque su puerta. Otros toman el camino de la exacerbación. Así entran en pánico
y difunden miedo y contagian a muchas personas con noticias falsas. Vemos como
el director del Colegio Médico Dominicano propone que se aplique una cuarentena
de 24 horas y la gente corre y abarrota los supermercados para llevarse todo
sin ni siquiera percatarse de que era solo una propuesta no un decreto. Pero
alguien lo interpretó de una manera errónea y los demás le siguieron. De igual
modo, en algunos países el sistema de salud ha colapsado por la concurrencia
masiva de persona que empiezan a somatizar el virus como si estuviéramos ante
una gran estampida de hipocondríacos. Todas estas conductas sociales favorecen
el contagio. También dicen mucho del señor primitivo que llevamos escondido
dentro (un punto a favor para los psicólogos evolucionistas).
Si bien es cierto, que el pánico social, la ansiedad, la obsesión, las
noticias falsas, las falsa creencias, la ignorancia, entre otros, son nocivas
en medio de una pandemia; porque todo esto afecta el razonamiento e impulsa
conductas de riesgo en la población en general. También hay que tener en cuenta
el impacto de las restricciones de la libertad social en los individuos y los
grupos a los que pertenecen. Pues se tiende a asignar una valoración excesiva a
las cosas que perdemos (como cuando nos terminan y aún estamos enamorados).
Vemos cómo muchas personas interpretan el confinamiento como algo muy negativo,
pues no soportan estar encerrados en casa. Aunque para agorafóbicos y gente con
pánico sociales debe ser el paraíso.
Lo anterior tiene diversas implicaciones. Porque si bien, quedarse en
casa es vital para frenar el contagio del virus, si no es que ya estamos
contagiados, pero no lo sabemos por diversas variables (como que ahora es que están
llegando las pruebas masivas); también hay que considerar que para muchos esta
medida tiene consecuencias tan graves o peores que el mismo virus. Por ejemplo,
hay relaciones de pareja que funcionan porque solo se ven para dormir, pues
estar juntos crea un espacio de tensión a veces hasta peligroso. También está
la situación con la crianza, por lo menos en nuestro país hay muchos padres que
solo ven sus hijos de noche y hay mucha agresividad en las pocas horas que se
ven. Entonces, los hijos pueden que alteren negativamente el estado de ánimo de
los adultos que ya están en pánico y con otras preocupaciones. Pues, aunque los
padres digan en una compaña familiar: “con
mis hijos no te metas”, eso no significa que en la práctica quieran
encargarse por ellos mismo del cuidado y educación de los hijos: “para eso están las escuelas”. Así ya
estamos viendo diversos reportes de violencia intrafamiliar e infantil, pero no
se habla de eso, porque ahora estamos en coronavirus y todo lo demás es
secundario, hasta las artimañas de la corrupción política para sacar beneficio
de la situación. De nuevo el camarógrafo nos tiene enfocados.
Pero lo anterior no es lo peor, porque con todo lo difícil que pueda ser
quedarse en casa, sigue siendo un privilegio que muchos no pueden darse.
Personas que comen del día a día y que por no ser del partido de gobierno no les
llegarán las ayudas (no necesariamente por decisión del primer mandatario), sino
de los intermediarios. Estas personas no tienen los recursos para sobrevivir si
se quedan en casa y posiblemente tampoco la educación ni la información para
protegerse. Muchas de estas personas viven en condiciones de hacinamiento y
miseria profunda.
¿Y qué decir de los inmigrantes indocumentados? ¿Qué de las trabajadoras
sexuales? Tema que a muchos les molesta que se menciones ¿De los mendigos e
indigentes? Hay muchas personas que viven en condiciones infrahumana y de ellos
no se dice nada. También hay que pensar que al terminar esta situación muchas
personas no solo perderán a algún familiar (cosa que no quisiéramos que suceda),
sino también sus empleos, lo cual pondrá en peligro a subsistencia de los que
están vivos. En todos estos puntos habrá mucha necesidad de intervención
psicosocial.
En medio de todo esto tenemos las redes llenas de toda suerte de
información, en el mayor de los casos desinformativas. Y desde luego, no faltan
las interpretaciones de conspiración. Dejemos claro de una vez: el virus es
nuevo por lo que sabemos poco del mismo y los científicos van actualizando la
información sobre el mismo en la medida en que van obteniendo nuevos
conocimientos. Ahora, ¿es este virus inventado? Es posible, pero no hay
evidencia fehaciente al respecto, solo rumores y fakes news. ¿Hay ocultación de
información por parte de los medios oficiales? Si la hay, no sería nada nuevo.
¿Se quiere reducir la población mundial con esto? Esto se viene haciendo de
diversas formas (como el control de natalidad y otras prácticas e ideologías) y
no todo el mundo se preocupa. Igual, no tenemos evidencia creíble de dicha
conspiración macabra. ¿Se quiere acabar con los envejecientes? Habría que
pensar que hay otras enfermedades más letales para los envejecientes y no
andamos suponiendo que alguien las inventó para acabar con esta población. No
niego la posibilidad de que a raíz del virus algunos vean la oportunidad de
beneficiarse y se oculte información y sucedan otras tantas cosas indeseables,
pero no podemos confundir las consecuencias con las causas. Se podrías caer
también en sesgos atribucionales. Y como dice Nassim Nicholas Taleb, a veces
nos sorprende el impacto de lo altamente improbable, o de cosas probables pero
novedosas.
Por último, y no menos importante, tenemos la proliferación de las
interpretaciones religiosas y vacticiniu ex evento (asociar un evento después
que sucede con una supuesta predicción previa del mismo). Vemos las redes
llenas de personas diciendo que Dios le había mostrado la pandemia y muchas
cosas más por medio de un sueño, revelación o visita al cielo o al infierno. La
gente va donde sea para conocer el futuro. Pero así si es bueno, profetizar un
evento después que sucede, o asociarlo medalaganariamente con algo que se dijo
en el pasado, aunque no guarde relación alguna más que la existente en la mente
del intérprete.
Ahora vemos muchísimas personas que de repente se han vuelto expertas en
interpretación bíblica tomando y sacando fuera de contexto toda la literatura
apocalíptica y escatológica judía y cristiana para encontrarle un sentido a lo
que está sucediendo. En este punto no critico la fe de las personas creyentes,
pues sé que la mayoría cree sinceramente (aunque la sinceridad y buena
intención no implica que estemos en lo correcto) y andan buscando a qué
apegarse dentro de su fe en un contexto de incertidumbre y miedo. En esa
búsqueda se cae en interpretaciones erróneas las cuales se difunden y muchos
otros terminan creyendo algo erróneo. Igual, no podemos negar que en la religión
hay personas con poder y con deseo de control que difunden interpretaciones
para manipular a los y las creyentes. Además, aunque moleste hay que decirlo,
muchas de las interpretaciones escatológicas están lejos de la realidad inherente
a los textos bíblicos.
Para cualquier que conozca un poco la historia del cristianismo es claro
que en cada crisis surgen interpretaciones del fin del mundo. Podemos recordar
la peste negra, las diversas guerras u otras pandemias o más reciente, el milenio.
Siempre es igual, las situaciones de crisis generan interpretaciones escatológicas.
Y es que, para muchas personas religiosas con condiciones de vida muy
precarias, la única salida es que Dios venga y acabe con este sistema y
establezca un mundo nuevo donde reine la justicia divina. Además, desde el ámbito
religioso todo tiende a interpretarse como parte de la intervención divina
directa o indirecta. Por eso, escuchamos que son los juicios de Dios por la
maldad de la gente, ya que impera una visión de Dios como castigador. Así mucha
gente se llena de la culpabilidad y esto les afecta emocionalmente.
Pero lo peor es que en muchos de nuestros países en vez de tomar medidas
adecuadas, los mismos gobernantes deciden “dejarlo en manos de Dios”. Así
encontramos a muchos presidentes que en vez tomar las medidas de lugar, llaman
a la población a orar para que Dios los libre. Sé que esta última oración hará
que algunas personas me cataloguen de ateo (cosa que no es cierta, soy agnóstico),
pero en realidad hay que diferenciar las cosas, pues no es que no oren si así
lo desean. Pero que no nos tomen de idiotas queriendo escudarse en la fe de las
personas para no asumir su responsabilidad. Esto es como que una persona venga
con hambre y en vez de darle de comer yo ore por la persona para que Dios le dé
de comer, y de esta manera yo no involucrarme. La misma Biblia tiene textos
donde se condena esta conducta.
Desde luego, no podemos dejar fuera al Diablo. Pues no siempre es un
plan macabro de las corporaciones o de los gobiernos, y no siempre es un
castigo divino; a veces son artimañas del demonio para molestarnos. Algunos que
conocen bien las conductas de higiene del Diablo, afirman que él no se baña,
porque dedica todo su tiempo a tentar a las personas. Pero en esos temas yo soy
ignorante.
Como puede observarse, a causa del virus se crean unas complicaciones
frente a las cuales el virus no parece ser el mayor problema. Necesitamos
discernir con sabiduría; necesitamos reflexionar críticamente la realidad;
necesitamos aprender a filtrar informaciones para que tengamos un criterio más
claro de las cosas. No nos podemos dejar llevar de todas las informaciones sin
verificar su veracidad por más que nos gusten o que se asemejen a nuestra forma
de pensar. No nos podemos saturar de información y asustarnos por las
estadísticas. Porque, igual que los textos bíblicos, los números sacados de
contexto pueden decir muchas cosas que no son ciertas. En fin, es importante
que, aunque no sepamos a ciencia cierta todo lo que está ocurriendo, sigamos
las orientaciones de seguridad de los profesionales de la salud, por lo menos
lo general, ya que ellos mismos no se ponen de acuerdo (distanciamiento social
e higiene sin rayar en el individualismo deshumanizante e indiferente del
desprecio por el otro).