sábado, 5 de noviembre de 2011

¿POR QUE ORAMOS PARA ENAMORARNOS?

Por: Pedro Miguel Fernández

Dentro de las diversas formas en que los seres humanos experienciamos el amor se encuentra el “amor emocional”. Este tiene su base en los sentimientos y emociones de las personas. Este amor no lo buscamos, simplemente lo encontramos. Este amor es el famoso “flechazo de Cupido”. Es un amor que atrapa y arrastra hacia la persona amada. Casi todas las personas, en algún momento de su vida, han experienciado este tipo de amor, y todas las personas están propensas a quedar atrapadas por las garras de este amor. Hay que tener claro que, ciertas personas, algunas por predisposiciones genéticas, hereditarias, sicológicas y otras, son más o menos sensibles al amor; algunas son hipersensibles, mientras que otras son insensibles al amor.

El amor emocional es de carácter pasajero, con el tiempo se agota, pero mientras está presente es difícil lidiar con él, pues no decidimos cuando llega (simplemente nos damos cuenta de que está ahí), tampoco cuánto tiempo durará, ni mucho menos, cuando se acabará; solo lo vivimos mientras está presente. En el amor emocional no se enseña a amar, sino que se educa para amar, para no dejar que este amor nos controle.

El problema radica en el hecho de que cuando este amor llega a nuestras vidas, dice Walter Riso, “entran en juego dos principios: el principio del placer (lo que me gustaría hacer) y el principio de la realidad (lo que me conviene hacer)”. De manera que si no tomamos la decisión adecuada, podríamos terminar mal. La cuestión es que, como dirá Riso: “Cuando se desea, o es fundamental hallar la mejor solución posible entre eventos de importancia similar, el cerebro debe invertir buena dosis de su capacidad para elegir lo mejor posible”. Esto causa cierto desgaste en el organismo y si elegir se hace más difícil de lo normal, estamos en conflictos.

Pues bien, el amor emocional entra sin tocar puertas y, enseguida pone en conflicto el sistema emocional y el racional, el sentir y el pensar. Por ello, se nos dificulta tomar una decisión clara. Estamos con un pie en el acelerador y otro en el freno simultáneamente. Como la mayoría de las personas no han sido educadas para amar, rompen el equilibrio mental, pisan el acelerador hasta el fondo y pierden el control para decidir.

El caso es que, sea que hayamos o no pisado el acelerador hasta el fondo, cuando alguien nos atrae, tenemos que tomar una decisión. Normalmente, si él y ella están solos, optan por establecer una relación afectiva. Ahora bien, en el ámbito cristiano, como se modelan ciertos valores, y se tiene la creencia de que el noviazgo es la antesala del matrimonio, es necesario tomar una buena decisión. Es decir que, al agotamiento por tomar una decisión adecuada se les suman los valores y creencias cristianas lo cual hace que la decisión sea aun más agotadora; pues ya no es una decisión con respecto de la otra persona, sino que tiene que ver con otra persona, con la religión, con la sociedad, etc.

Comúnmente, en el cristianismo, se comprende a la persona como incapaz de tomar decisiones acertadas, por su naturaleza pecaminosa. De manera que como las personas no tienen la capacidad de tomar decisiones acertadas por sí mismas, necesitan de alguien que decida por ellas. Aquí es donde entra Dios en escena.

Ahora, el hecho de buscar la dirección divina tiene varias vertientes: 1. Como Dios tiene una voluntad, las personas creyentes deben saber cuál es a la hora de tomar una decisión en la vida; 2. Como Dios conoce el futuro, él es el único que sabe si nos irá bien o mal con una decisión que tomemos, por eso, es mejor que elija él, así tranquilizamos nuestra conciencia; 3. Como Dios tiene un tiempo particular para hacer cada cosa en nuestra vida, debemos esperar su tiempo para actuar; entre otras.

En el caso de las relaciones de pareja, se toma como base el texto bíblico de Génesis 24, en donde Dios aparece guiando al siervo de Abraham en su búsqueda de una mujer para Isaac. Aunque un análisis profundo de este texto demostraría que la interpretación que le hemos dado tradicionalmente no es la más adecuada, hay la convicción de que Dios nos guiará hasta nuestra Rebeca. Solo diré que el texto de Génesis 24 representa una cultura en la que los padres buscaban la pareja de los hijos, así para que cumplamos perfectamente el texto no deberíamos enamorarnos, sino quedarnos en la casa hasta que nuestros padres nos busquen con quien nos vamos a casar. Además, cabe preguntar si el padre de Rebeca le permitió ir con el siervo de Abraham por la historia del siervo o por la riqueza que éste dijo que tenía Abraham y los regalos que llevó.

De lo dicho en el párrafo anterior surge la práctica del “estar orando con otra persona”. Entiendo que orar por nuestra pareja cuando la tenemos es algo positivo. Ahora de lo que dudo es de ¿hasta qué punto es cierto que las personas enamoradas buscan la dirección de Dios para tener una relación afectiva? Con sólo echar un vistazo a la realidad de lo efímeras, superficiales (platónicas)  y disfuncionales que son las relaciones afectivas actualmente me surgen ciertas interrogantes al respecto.

¿Bajo cuáles criterios determinamos cuál sea la voluntad de Dios para nuestra vida afectiva? ¿Será cierto que Dios no nos ha dotado con la capacidad de elegir por sí mismo/a nuestra parejas afectivas? ¿Si Dios toma nuestras decisiones para qué tiene que juzgarnos al final de los tiempos? ¿Si, después de haber orado y ayunado y, como a veces sucede que recibimos confirmación por medio de otras personas, estamos convencidos/as de que es la voluntad de Dios y tomamos una decisión y al final nos va mal, qué pasó ahí? ¿Será que, igual que pasó con el profetismo en Israel pasará con las relaciones afectivas hoy, que solo al futuro, si todo salió bien, sabremos que era la voluntad de Dios tal relación? ¿De ser así, cómo vivir con la incertidumbre? ¿No será la voluntad de Dios que crezcamos en valores y espiritualmente y que, una vez alcancemos la madures podamos elegir por nosotros y nosotras mismas? ¿No será que las parejas actuales se escudan tras el logo: “estamos orando”, para hacer lo que les parece y no tomar decisiones serias en diálogo con la otra persona? Las preguntas son muchas y pienso que cada vez complicamos más las relaciones de pareja, supuestamente para arreglarlas y cada vez estamos peor: cuando Adán y Eva solo era unirse; posteriormente era casarse; después ser novios y casarse; ahora durar un tiempo orando, ser novios, comprometerse y casarse. Hemos alargado el proceso mucho y con todo ello no llegamos ni a una décima parte del tiempo que duraron Adán y Eva juntos. Debemos orar en todo tiempo, no solo cuando nos enamoramos.


Cuando miramos las relaciones afectivas hoy, encontramos el cuadro siguiente: la mayoría de las parejas oran a Dios o por lo menos aparentan que lo hacen. Sin embargo, los resultados no dan buen pronóstico. Hay quienes empiezan a orar con alguien y si la persona dura mucho para responder, se cansan y dicen que no era la voluntad o el tiempo de Dios; también quienes empiezan a orar con alguien y ven otra persona que le atrae más o que llena más sus deseos, así que dejan de orar con quien que estaban para orar con otra/o; hay quienes empiezan a orar con alguien y después que logran ciertos niveles de caricias, sueltan eso; hay quienes oran fielmente y no consiguen nada; hay quienes oran y logran entablar una relación; entre otros casos.

Por otra parte tenemos las parejas a las que Dios les confirma: algunas terminan separadas a los pocos meses o después, otras siguen sobreviviendo por el que dirán, otras ya no sienten ningún afecto, pero siguen unidos, porque supuestamente esa fue la cruz que Dios le dio. Solo una minoría muy pequeña logra establecer una relación sana. De la mayoría de estos casos se forman los matrimonios que tenemos actualmente, donde solo un porcentaje casi invisible (pues hay que sacar los que fingen felicidad, que son muchos) tienen un matrimonio sano.

Esta es la cruda realidad, saque usted sus propias conclusiones…

miércoles, 2 de noviembre de 2011

EL DESCARADO ENGAÑO DE LA “MEDIA NARANJA”


Por: Pedro Miguel Fernández

Nuestra cultura nos ha condicionado para que creamos que es natural la creencia de que tenemos una persona que nos complementa “mi media naranja”, “mi otra mitad”. De esta manera, las relaciones de pareja que establecemos están basadas en el principio de complementareidad: soy la mitad de un ser que necesita de su otra mitad para ser completo. ¿Cómo seguir abrazando tremendo disparate? Está más que demostrado que cada persona es, en sí misma, un ser íntegro, autónomo y completo, no se necesita de ninguna otra persona para ser completo.

Lo interesante es que en pleno siglo XXI, pese a los avances que hemos alcanzado en aras del conocimiento, haya muchas personas que sustentan la idea de la media naranja. Hay quienes aseguran haber encontrado a su otra mitad, lo cual sólo sirve de motivación o ¿frustración? para quienes se han pasado la vida pasando de una pareja a otra, en busca de su media naranja. ¿No será mejor que nos sinceremos y entendamos de una vez por toda que la media naranja no existe? Si tal cosa fuera verdad ¿Por qué muchos de los que dicen haber encontrado su media naranja terminan separándose de ella, mientras que quienes no se separan, en el mayor de los casos viven una vida de doble moral, aparentando algo que no es cierto?

La media naranja tiene como trasfondo la idea de ser “una sola carne”. Esta idea proviene de la tradición judeo-cristiana y tiene su base en una interpretación errónea del texto bíblico de Génesis 2.24: “se unirá a su mujer, y serán una sola carne”. Pese a esto, no analizaremos el texto en este momento.

El casos es que, basta sólo con abrir los ojos y ser realistas, para que nos demos cuenta de una vez por todas que toda pareja está compuesta por dos personas muy diferentes, que no tienen más en común que el mutuo interés de compartir su vida con la otra persona. Así que debemos cambiar el concepto de complementareidad por el de mutualidad. Desde aquí, la relación de pareja no es una simbiosis en la que el gen dominante absorbe al recesivo, sino un acuerdo mutuo en el que intervienen tres intereses: mis intereses, tus intereses, nuestros intereses. Por ello, la relación tiene que ser un negocio en el que las partes tengan ventajas iguales y en la que se establezcan condiciones y límites claros.

Uno de los problemas de pretender ser una misma cosa es la eliminación de uno de los integrantes de pareja. Como un cuerpo no puede ocupar dos lugares en el espacio, por leyes físicas, para corregir el error y evitar las paradojas, uno de los dos tiene que desaparecer. En la mayoría de los casos, son las mujeres las víctimas de estos tipos de simbiosis. Lo ilustraré con el siguiente ejemplo: la sociedad, como tiene bien creído que en el matrimonio las dos personas se vuelven una, hace desaparecer a uno de los dos; por eso, después que la mujer se casa, desaparece legalmente, ahora sus documentos dicen que ella es de… y como ya no es un ser, su apellido termina en sus hijos y también su historia, sólo el hombre seguirá existiendo si tiene la suerte de procrea hijos. De manera que, si una mujer quiere seguir en la historia tiene que separarse del hombre, pues a su lado no puede. Esta es la cruda realidad.

En fin, no busques la media naranja, pues terminarás en la decepción. Comprende desde ahora de que tal cosa no existe, como tampoco la alma gemela, ni la otra mitad. Solo existen personas que son diferentes a ti, con las que, para relacionarte de manera sana y madura, tienes que establecer un acuerdo de intereses mutuos, respetando cada quien lo propio de la otra persona: su autonomía, dignidad, desarrollo, autorealización, libertad, valores e integridad.

SARS-COV-2 (COVID-19): Pánico, Demonios y Conspiraciones

"Una reflexión desde la Psicología Social y la Sociología de la Religión" Pedro M. Fernández “Es necesario que todo e...