jueves, 21 de julio de 2011

EL MISTERIO DEL AMOR


Por: Pedro Miguel Fernández Hernández
 
En una ocasión Jesús resumió todos los mandamientos de la ley y los profetas en una invitación universal al amor: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mc 12.30-31a). Jesús concluye afirmando: No hay otro mandamiento mayor que éstos.” (Mc 12.31b). Para Jesús el amor es el mandamiento sumo, no porque sea un mandamiento, sino porque trasciende todos los mandamientos y leyes humanas – si el amor se convierte en mandamiento pierde su naturaleza auténtica que es trascender los mandamientos. Según lo que Jesús propone, si vivimos en amor y para amar, no hace falta ningún tipo de ley. Pues quien ama no daña a nadie, y no necesita la ley, no porque haya violentado la ley, sino porque la ha trascendido. Hasta aquí, el aporte de Jesús nos lleva a entender porque es necesario amar.
 
Pablo, en 1Co 13, presenta el amor como un don. Es decir, que el amor no es algo que haya construido el ser humano, sino que es una dádiva gratuita que proviene de Dios. De ahí que el amor no es un mérito, ni un reconocimiento, ni se le otorga al ser humano porque lo merezca, sino que es gracia divina. Pero Pablo no se queda ahí, pues para él, el amor no es simplemente un don, sino el don máximo: “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1Co 13.13). Hasta aquí, el amor trasciende todos los mandamientos humanos y todos los dones divinos. Pero, ¿Por qué esta naturaleza tan transcendental del amor? Para ello vamos al apóstol Juan.
 
El apóstol Juan, conocedor de los misterios divino, nos muestra una nueva dimensión del amor, y lo expresa magistralmente en 1Jn 4.8: “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor”. Aquí está nuestra respuesta, el amor es tan trascendental porque es la misma naturaleza de Dios. Mientras que los mandamientos son creaciones humanas y los dones son dádivas divinas, el amor es la naturaleza misma de Dios. De ahí que quien no ama, por más de voto que sea, no ha conocido a Dios, pues amando es que conocemos a Dios.
 
Ahora bien, Juan sabe que muchos podrían fingir amar a Dios, y como eso no es algo de mostrable, nadie se daría cuenta. Por eso Juan advierte: Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? (1Jn 4.20). En Juan nos damos cuenta de que no es a Dios quien debemos amar primero, sino al prójimo. Pues si Dios es el amor, nadie toma el amor para amar el amor, sino para ama a otros. De manera que lo importante aquí es amar al prójimo, pues ello demostrará que el amor mora en nosotros, y si Dios es el amor en sí mismo, entonces vivir en amor es vivir en Dios, y tener dentro el amor es tener dentro a Dios. Por eso toda persona que ama nace de nuevo en Dios y Dios mora en su vida. Mis amadas y amados, amémonos unos y otras, pues de esta manera habremos permitido a Dios hacer morada dentro de nuestra vida.

EL AMOR CUBRIRA MULTITUD DE PECADOS


Por: Pedro Miguel Fernández Hernández
 
En una ocasión escuché a una persona preguntando ¿Quién puso este objeto aquí? El objeto había sido dejado en un lugar en el que estaba prohibido dejar ese tipo de objeto. La persona que preguntaba era la persona encargada de hacer cumplir la norma. De manera que lo que estaba haciendo era lo normal. Lo que llamó mi atención fue su actitud. Pues, hasta donde tenía entendido una prohibición viene a corregir o prevenir un mal que pudiera afectar al individuo o la colectividad. De ser así, la actitud más correcta es extirpar al mal, para que no haga daño a alguien. Es decir, lo primero debió ser quitar el objeto del lugar en que no debía estar y luego investigar; si es verdad que era dañino el hecho de que dicho objeto estuviera en aquel lugar. Pero la persona encargada de guardar el orden lo único que hizo fue continuar preguntando durante unos días ¿quién puso este objeto aquí?  Sin eliminar el problema, hasta que un buen samaritano (quizás el mismo que dejó el objeto) lo quitó de aquel lugar. Si hubiera sido una bomba atómica todos estuvieran muertos.
 
Este suceso, junto con muchos otros similares, me han llevado a diversos cuestionamientos: ¿Cuál es la función de una norma? ¿Cuál debería ser el accionar de quienes guardan el orden? ¿Por cuáles causas la gente infringe una norma?
 
¿Cuál es la función de una norma? Lo ideal sería que las leyes contribuyan a mantener, en todos los sentidos, el bienestar y la armonía integral del individuo y de la colectividad humana. Desde este punto de vista, todas las leyes serían buenas. Pero se da el caso de que en la práctica pareciera que las leyes han sido impuestas para mostrar la falibilidad humana. Es decir, que las leyes sólo sirven para acusar y condenar a los seres humanos por sus errores. Como todo humano se equivoca en algún momento, las normas vienen a ser una realidad hostil a la existencia humana.
 
¿Cuál debería ser el accionar de quienes guardan el orden? Lo interesante es que, la mayoría de, quienes están puestos para guardar el orden, hacen cualquier cosa menos eso. No son guardianes del orden, sino detectores de los defectos humanos, en tanto que encubren los propios tras su posición. Así, como los hipócritas escribas y fariseos, que cuelan el mosquito ajeno y se tragan el camello propio (Mt 23.24).
 
¿Por cuáles causas la gente infringe una norma? El transgresor de nuestra historia, pudo haber dejado el objeto por olvido o adrede. ¿Por qué lo hizo? No lo sabemos. El caso es que ni en la sociedad ni en la religión se recluta al transgresor para sanarlo, sino para cumplir la patética ley de privar al transgresor de ciertas libertades. Por ejemplo, la sociedad manda la gente a la cárcel, lugar donde se mutila y aliena al ser humano, por eso la mayoría de los que salen, vuelven peor. En la iglesia se le pone una disciplina a la persona, que consiste en privarle de ejercer ciertas actividades. Yo pregunto ¿cuándo la exclusión o la marginación ha cambiado a la gente? Algunos dirán: hay gente que ha cambiado, es cierto. Pero es muy cierto también, que casos aislados no pueden juzgar por la generalidad.
 

La gente parece haber olvidado las primitivas instrucciones cristianas:Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Ef 4.32). Todos somos imperfectos y estamos proclives a fallar. ¿Por qué seguir mirando la paja en el ojo ajeno y no miramos la viga que hay en nuestro ojo (Mt 7.3)? ¡Qué bien seria todo si el amor de Dios estuviera en el ser humano! Como dice 1 Pedro 4.8: “Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados”. Cubrir los pecados no implica justificar los errores de los demás, sino, sabiendo que nosotros también erramos, corregir la falta ajena en vez de utilizarla como instrumento de acusación, y restaurar a quien falla en vez de condenarle. ¿Usted qué hará?

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