miércoles, 1 de abril de 2020

SARS-COV-2 (COVID-19): Pánico, Demonios y Conspiraciones


"Una reflexión desde la Psicología Social y la Sociología de la Religión"
Pedro M. Fernández


“Es necesario que todo esto suceda, pues ya estaba profetizado”. “Estas son señales de que el fin del mundo está cerca”. “Científicos han descubierto que este virus es un invento de los chinos para convertirse en la primera potencia”. “Esto es obra de los gobiernos que quieren reducir la población mundial”. “Detrás de todo están las grandes corporaciones”. “La cura del virus ya existe, solo están dejando que se muera una cantidad predeterminada de personas”. “Todos nos vamos a contagiar y posiblemente a morir”. Estas son solo algunas de las muchas ideas que escuchamos a diario y de las publicaciones que recorren cual proselitista nuestras redes sociales.

Ahora, ¿qué tanto nos puede dañar el COVID-19? ¿En qué sentido puede dañarnos? Son dos de las interrogantes que ocupan mi confinada existencia en medio de la situación que vivimos actualmente a causa del virus. Responder a estos interrogantes no es tarea sencilla, porque cualquier abordaje simplista puede conducirnos a errar y a difundir informaciones que desayuden más que beneficiar a quienes las consuman.

De lo anterior que, un abordaje riguroso del tema debería tomar en consideración los puntos de vista de las ciencias médicas, la salud pública, la sociología, la psicología, la economía, la política, la religión, entre otros. Lo cual implicaría la colaboración de diversos especialistas. En este punto cabe precisar que el fin de este escrito es reflexionar el tema desde la Psicología Social y la Sociología de la Religión. Pese a ello, pudiera ser que en algún momento parezca que me adentro a otro campo del conocimiento, dado que la realidad no parece ser discreta.

Hablar del virus en la situación actual es como hablar de un tema bíblico con una persona que lleva mucho tiempo en la iglesia y que además es fanática; en tal caso, será difícil que por lo menos reflexione una interpretación diferente de la que la ha enseñado y de la cual se abraza con gran fuerza dada la inmensa cantidad de interpretaciones que amenazan con desestabilizar su fe. De algún modo, ante el bombardeo de informaciones diferentes y divergentes, en el mayor de los casos desinformativas sobre el COVID-19, la gente busca una verdad a la cual apegarse. Y muchas veces, la presunta “verdad” es escogida no a partir de un ejercicio critico lógico-racional, sino a partir del sesgo de confirmación: simplemente aceptando como cierto las informaciones más afines a las creencias propias. Si la información es falsa, la persona pensará de forma errónea el tema, pero será difícil sacarle de ahí. Porque, como entiende Mark Twain, es más fácil engañar a las personas que convencerlas de que las han engañado.

Daniel Kahneman y Amos Tversky realizaron diversos estudios estadísticos enfocados, muchos de ellos, en observar cómo las personas razonan estadísticamente. Para sorpresa de ellos y también nuestra, aun los más intelectuales (según el estereotipo popular) y la población en general en la cotidianeidad razona siguiendo más la intuición que la lógica estadística. Ellos encontraron que las personas tienden en sus razonamientos a fiarse de la información más próxima o accesible a la conciencia, es como tomar un atajo mental para el razonamiento. Llamaron a esta confianza “heurística de disponibilidad”. Por ejemplo, hay mayor probabilidad de que tengamos un accidente en automóvil que en avión, pero si recientemente hemos sufrido un accidente de avión o hemos estado expuestos a diversas noticias sobre accidentes de avión, lo más probable es que pensemos que los accidentes en avión son más comunes que los de autos. Lo interesante es que la facilidad con la que accedemos a las informaciones próxima a nuestra consciencia está condicionada en gran medida por la cobertura de los medios. Por ello, hay homicidios que nos conmueven más que otros, delincuencias que nos impactan más que otras y enfermedades que nos invaden más que otras. Todo depende de cuál es la escena que quieren que veamos. Esto no es conspiración, sino que la opinión social es guiada.

Lo anterior también está relacionado con la forma en que funciona nuestra atención. Hoy compro un auto de una marca poco común, mañana salgo a la calle y está llena del mismo auto. Y es que tenemos la capacidad de enfocarnos, en un momento determinado, en una porción de la realidad y prescindir del resto (no es que el muchacho no atiende, es que está atendiendo a otra cosa). Si esto es así, tendremos varias implicaciones. Por un lado, poder enfocarnos evita que nos dispersemos y permite que podamos captar con precisión la información enfocada. Por otro lado, el hecho de estar enfocados en un punto puede llevarnos a perder de vista información relevante existente en el contexto o puede hacer que nos enfoquemos en información irrelevante, errónea o nociva. Pues, como dice Steve Lukes, toda forma de ver es una forma de no ver. Si el enfocarse de forma desmedida en un punto determinado es acompañado de obsesividad, pánico, ansiedad fanatismo, o teoría conspirativa las cosas pueden complicarse.

Lo dicho hasta aquí nos lleva a pensar que, dada la forma de funcionar de nuestro razonamiento y de nuestra atención, si estamos sobre expuestos a un estímulo o saturados de una información terminada por largo tiempo, dicha información tenderá a condicionar toda nuestra forma de pensar, nuestros sentimientos y nuestras acciones. Y por extensión, nuestra forma de relacionarnos. ¿Conoce usted a alguien que solo hable de un tema en el cual siempre tiene la razón? Por ahí va el asunto.

En la década de 1960, Stanley Milgram buscaba conocer cómo las personas estaban conectadas unas con otras. Entregó cartas a 100 personas de Nebraska y pidió que las enviaran a un destinatario en Boston, pero no podían enviarlas directamente, sino a través de alguna persona conocida. La persona que recibía la carta debía enviarla a un conocido y así sucesivamente. En promedio se necesitaron seis personas para que la carta llegan al destinatario en Boston. Este experimento fue reproducido a escala mundial en el año 2002 por Duncan Watts con el mismo resultado. Se concluyó que todos estamos conectados con el resto del mundo por seis grados de separación.

Siguiendo la línea de investigación antes mencionada, Nicholas Christakis y James Fowler observaron que, si bien estamos separados del resto del mundo por seis grados, la influencia solo llega hasta el tercer grado. En otras palabras, nosotros influenciamos y somos influenciados por nuestros amigos, los amigos de nuestros amigos y los amigos de los amigos de nuestros amigos. En resumen, existe seis grados de separación y tres grados de influencia o contagio. También ellos observaron que en promedio tenemos unas 20 personas en nuestra red de primer grado. Lo que implicaría que influenciamos y somos influenciados por alrededor de 8 mil personas.

Las redes que establecemos y a las que pertenecemos determinan nuestro modo de interacción social. Pues, por dichas redes se transmiten informaciones, ideologías, sentimientos, enfermedades, conspiraciones y demás. En este sentido, podemos comprender el modo de propagación de un rumor, de una creencia, de un sentimiento, de una enfermedad o del pánico social. Aquí cabe resaltar que con la creación de las redes sociales virtuales se potencia de forma exponencial la propagación y el contagio y, de igual modo, los efectos o consecuencias de los mismos.

Dicho lo anterior, en el caso de una enfermedad contagiosa, con un solo infectado hay una red de 8 mil personas que potencialmente pudieran ser contagiados. Desde luego, la probabilidad de que esto suceda varía en cada grado de relación de la red. Desconozco la proporción en temas de salud. Pero, por ejemplo, según Christakis y Fowler, en el caso de la felicidad la probabilidad contagio en el primer grado de la red es de 15%, en el segundo grado es de 10% y en el tercer grado es de 6%. En esta probabilidad interfieren diversos factores como, por ejemplo, el distanciamiento geográfico. Pues se ha observado que si las personas del primer grado de la red viven a menos de una milla la probabilidad de que ese nivel de contagio se dé aumenta un 25%.

El ejemplo con la felicidad nos deja claro que la probabilidad de contagio varía de un grado a otro de la red y que dicha probabilidad puede variar en un mismo grado en función de diversos factores como el distanciamiento social. Aquí hay dos cosas que observar. Primero, que he estudiado el tema del contagio social en las redes sociales naturales no en las redes sociales artificiales. Segundo, que el contagio de un virus como el COVID-19 se propaga a través la red social natural, pero el pánico social, la ansiedad, las falsas creencias y las teorías conspirativas, inferimos que se propagan por la red social virtual y con mayor vertiginosidad. Por lo que, las consecuencias psicosociales de la propagación y contagio a través de las redes virtuales de pánico, ansiedad y falsas creencias pueden ser tan nocivas o más que el mismo virus.

Desde las ciencias médicas y desde la salud pública se hacen esfuerzos para frenar la propagación del virus, para encontrar una vacuna y para atender a los contagiados. Para ello, se han utilizado diversas estrategias que van variando en la medida en que se van obteniendo mayores conocimientos sobre el virus. De igual modo, desde la psicología debemos atender las consecuencias psicológicas de la propagación del pánico social, la ansiedad y las falsas creencias que afectan a la población en términos cognitivos, emocionales y conductuales. Así como realizar esfuerzos para frenar el contagio social de los problemas de orden psicosocial.

A este nivel de nuestra reflexión podemos asumir como plausible que estamos interconectados por redes sociales naturales que determinan nuestra forma de interacción social; que existen seis grados de separación y tres de influencia; que por la red se propagan informaciones, sentimientos, ideologías, enfermedades, conspiraciones y demás; que la influencia y el contagio solo llegan hasta el tercer grado de la red; que la probabilidad de propagación y contagio varía de un grado a otro y depende a diversos factores; que las redes sociales virtuales incrementan la propagación y el contagio de forma exponencial; que nuestro razonamiento está condicionado por sesgos, heurísticos, estados emocionales e influencias del medio externo; que en el proceso de razonamiento se favorecerá la información más accesible a la consciencia; que aceptamos con mayor facilidad informaciones que confirmen nuestras opiniones y creencias aunque las mismas sean falsas; que la sobreexposición a un tipo de información focaliza desmedidamente nuestra atención y condiciona nuestros pensamientos, sentimientos y conducta individual y social; y que los medios de comunicación favorecen que ciertas informaciones sean las que ocupen nuestra atención en un momento determinado.

Dicho lo anterior, cabe preguntarse ¿cómo nos afecta la difusión masiva de fakes news sobre el virus a través de los medios de comunicación y redes sociales? ¿Qué impacto tiene en la población el consumo diario y masivo de informaciones e interpretaciones tan disímiles sobre el virus? ¿Cómo incide en la conducta social y modos de interacción el pánico generalizado? ¿Cuál tendrá consecuencias más nocivas a largo, el virus perse o la construcción social del mismo y la interacción social que produce? Hay muchos otros interrogantes al respecto.

En relación con estos interrogantes hay que tomar en consideración que una cosa es el virus perse y otra diferente es cómo en el ámbito de lo simbólico interaccionamos socialmente en torno al mismo. Siguiendo al construccionismo social, la realidad que experienciamos los humanos no es la realidad inherente a los fenómenos de la naturaleza, sino una realidad construida socialmente. Esta realidad, la nuestra, la única que conocemos experiencialmente, se ve condicionada por la forma en que interpretamos nuestra experiencia subjetiva e intersubjetiva. Porque, en definitiva, parece ser que nuestra realidad no es más que eso, una interpretación.

Las fakes news son interpretaciones distorsionadas de la realidad objetiva que nos desinforman con respecto de la misma. Y que en el contexto de la posverdad la difusión de noticias falsas tiene más impacto cuando apelan a las emociones y creencias personales, influenciando así la opinión pública y la conducta social. Solo hay que mirar las redes y medios de comunicación para darse cuenta de cómo se apela más a nuestras emociones que al razonamiento crítico.

Es virus es real y tiene un nivel de contagio y un nivel de letalidad específicos que varían en virtud de diversos factores tanto inherentes a las personas como del contexto. Pero allí en donde se genera un vacío por la falta de conocimiento científico respecto a un fenómeno nuevo, se crea en un caldo de cultivo para la proliferación de todo tipo de interpretaciones erróneas de índole política, religiosa, económica, pseudocientífica, medica, conspirativas, entre otras.

En fin, la realidad del virus ha hecho viral múltiples interpretaciones erróneas de dicha realidad, entre las cuales las personas escogen de función de su sesgo de confirmación. En este punto, como plantea la paradoja de la elección, tener más opciones entre las cuales elegir no aumenta nuestra felicidad, sino nuestro nivel de ansiedad, la frustración y la incertidumbre. Porque elegir una opción implica rechazar otras y no sabemos si hemos elegido correctamente. Y en este contexto muchas personas desean una verdad a la cual apegarse. Así que, les genera ansiedad e incertidumbre no saber qué es verdad y cómo proceder. Las redes están llenas de personas que tienen la cura del virus y muchas son las personas que se apegan a algunos de esos gurúes y terminan frustradas cuando se dan cuenta de que todo era mentira. Qué fácil es tomarles el pelo a las personas desesperadas. Bien lo advierte Luc Ferry, que muchas veces las personas prefieren una buena noticia falsa a una mala noticia verdadera. Como ven, esto no sucede solo en el amor.

En el contexto actual, algunas personas toman el camino de la negación, sea respecto del virus o de su letalidad o contagio. Así que, continúan su vida como si nada pasara sin tomar ninguna medida a menos que el señor COVID toque su puerta. Otros toman el camino de la exacerbación. Así entran en pánico y difunden miedo y contagian a muchas personas con noticias falsas. Vemos como el director del Colegio Médico Dominicano propone que se aplique una cuarentena de 24 horas y la gente corre y abarrota los supermercados para llevarse todo sin ni siquiera percatarse de que era solo una propuesta no un decreto. Pero alguien lo interpretó de una manera errónea y los demás le siguieron. De igual modo, en algunos países el sistema de salud ha colapsado por la concurrencia masiva de persona que empiezan a somatizar el virus como si estuviéramos ante una gran estampida de hipocondríacos. Todas estas conductas sociales favorecen el contagio. También dicen mucho del señor primitivo que llevamos escondido dentro (un punto a favor para los psicólogos evolucionistas).

Si bien es cierto, que el pánico social, la ansiedad, la obsesión, las noticias falsas, las falsa creencias, la ignorancia, entre otros, son nocivas en medio de una pandemia; porque todo esto afecta el razonamiento e impulsa conductas de riesgo en la población en general. También hay que tener en cuenta el impacto de las restricciones de la libertad social en los individuos y los grupos a los que pertenecen. Pues se tiende a asignar una valoración excesiva a las cosas que perdemos (como cuando nos terminan y aún estamos enamorados). Vemos cómo muchas personas interpretan el confinamiento como algo muy negativo, pues no soportan estar encerrados en casa. Aunque para agorafóbicos y gente con pánico sociales debe ser el paraíso.

Lo anterior tiene diversas implicaciones. Porque si bien, quedarse en casa es vital para frenar el contagio del virus, si no es que ya estamos contagiados, pero no lo sabemos por diversas variables (como que ahora es que están llegando las pruebas masivas); también hay que considerar que para muchos esta medida tiene consecuencias tan graves o peores que el mismo virus. Por ejemplo, hay relaciones de pareja que funcionan porque solo se ven para dormir, pues estar juntos crea un espacio de tensión a veces hasta peligroso. También está la situación con la crianza, por lo menos en nuestro país hay muchos padres que solo ven sus hijos de noche y hay mucha agresividad en las pocas horas que se ven. Entonces, los hijos pueden que alteren negativamente el estado de ánimo de los adultos que ya están en pánico y con otras preocupaciones. Pues, aunque los padres digan en una compaña familiar: “con mis hijos no te metas”, eso no significa que en la práctica quieran encargarse por ellos mismo del cuidado y educación de los hijos: “para eso están las escuelas”. Así ya estamos viendo diversos reportes de violencia intrafamiliar e infantil, pero no se habla de eso, porque ahora estamos en coronavirus y todo lo demás es secundario, hasta las artimañas de la corrupción política para sacar beneficio de la situación. De nuevo el camarógrafo nos tiene enfocados.

Pero lo anterior no es lo peor, porque con todo lo difícil que pueda ser quedarse en casa, sigue siendo un privilegio que muchos no pueden darse. Personas que comen del día a día y que por no ser del partido de gobierno no les llegarán las ayudas (no necesariamente por decisión del primer mandatario), sino de los intermediarios. Estas personas no tienen los recursos para sobrevivir si se quedan en casa y posiblemente tampoco la educación ni la información para protegerse. Muchas de estas personas viven en condiciones de hacinamiento y miseria profunda.

¿Y qué decir de los inmigrantes indocumentados? ¿Qué de las trabajadoras sexuales? Tema que a muchos les molesta que se menciones ¿De los mendigos e indigentes? Hay muchas personas que viven en condiciones infrahumana y de ellos no se dice nada. También hay que pensar que al terminar esta situación muchas personas no solo perderán a algún familiar (cosa que no quisiéramos que suceda), sino también sus empleos, lo cual pondrá en peligro a subsistencia de los que están vivos. En todos estos puntos habrá mucha necesidad de intervención psicosocial.

En medio de todo esto tenemos las redes llenas de toda suerte de información, en el mayor de los casos desinformativas. Y desde luego, no faltan las interpretaciones de conspiración. Dejemos claro de una vez: el virus es nuevo por lo que sabemos poco del mismo y los científicos van actualizando la información sobre el mismo en la medida en que van obteniendo nuevos conocimientos. Ahora, ¿es este virus inventado? Es posible, pero no hay evidencia fehaciente al respecto, solo rumores y fakes news. ¿Hay ocultación de información por parte de los medios oficiales? Si la hay, no sería nada nuevo. ¿Se quiere reducir la población mundial con esto? Esto se viene haciendo de diversas formas (como el control de natalidad y otras prácticas e ideologías) y no todo el mundo se preocupa. Igual, no tenemos evidencia creíble de dicha conspiración macabra. ¿Se quiere acabar con los envejecientes? Habría que pensar que hay otras enfermedades más letales para los envejecientes y no andamos suponiendo que alguien las inventó para acabar con esta población. No niego la posibilidad de que a raíz del virus algunos vean la oportunidad de beneficiarse y se oculte información y sucedan otras tantas cosas indeseables, pero no podemos confundir las consecuencias con las causas. Se podrías caer también en sesgos atribucionales. Y como dice Nassim Nicholas Taleb, a veces nos sorprende el impacto de lo altamente improbable, o de cosas probables pero novedosas.

Por último, y no menos importante, tenemos la proliferación de las interpretaciones religiosas y vacticiniu ex evento (asociar un evento después que sucede con una supuesta predicción previa del mismo). Vemos las redes llenas de personas diciendo que Dios le había mostrado la pandemia y muchas cosas más por medio de un sueño, revelación o visita al cielo o al infierno. La gente va donde sea para conocer el futuro. Pero así si es bueno, profetizar un evento después que sucede, o asociarlo medalaganariamente con algo que se dijo en el pasado, aunque no guarde relación alguna más que la existente en la mente del intérprete.

Ahora vemos muchísimas personas que de repente se han vuelto expertas en interpretación bíblica tomando y sacando fuera de contexto toda la literatura apocalíptica y escatológica judía y cristiana para encontrarle un sentido a lo que está sucediendo. En este punto no critico la fe de las personas creyentes, pues sé que la mayoría cree sinceramente (aunque la sinceridad y buena intención no implica que estemos en lo correcto) y andan buscando a qué apegarse dentro de su fe en un contexto de incertidumbre y miedo. En esa búsqueda se cae en interpretaciones erróneas las cuales se difunden y muchos otros terminan creyendo algo erróneo. Igual, no podemos negar que en la religión hay personas con poder y con deseo de control que difunden interpretaciones para manipular a los y las creyentes. Además, aunque moleste hay que decirlo, muchas de las interpretaciones escatológicas están lejos de la realidad inherente a los textos bíblicos.

Para cualquier que conozca un poco la historia del cristianismo es claro que en cada crisis surgen interpretaciones del fin del mundo. Podemos recordar la peste negra, las diversas guerras u otras pandemias o más reciente, el milenio. Siempre es igual, las situaciones de crisis generan interpretaciones escatológicas. Y es que, para muchas personas religiosas con condiciones de vida muy precarias, la única salida es que Dios venga y acabe con este sistema y establezca un mundo nuevo donde reine la justicia divina. Además, desde el ámbito religioso todo tiende a interpretarse como parte de la intervención divina directa o indirecta. Por eso, escuchamos que son los juicios de Dios por la maldad de la gente, ya que impera una visión de Dios como castigador. Así mucha gente se llena de la culpabilidad y esto les afecta emocionalmente.

Pero lo peor es que en muchos de nuestros países en vez de tomar medidas adecuadas, los mismos gobernantes deciden “dejarlo en manos de Dios”. Así encontramos a muchos presidentes que en vez tomar las medidas de lugar, llaman a la población a orar para que Dios los libre. Sé que esta última oración hará que algunas personas me cataloguen de ateo (cosa que no es cierta, soy agnóstico), pero en realidad hay que diferenciar las cosas, pues no es que no oren si así lo desean. Pero que no nos tomen de idiotas queriendo escudarse en la fe de las personas para no asumir su responsabilidad. Esto es como que una persona venga con hambre y en vez de darle de comer yo ore por la persona para que Dios le dé de comer, y de esta manera yo no involucrarme. La misma Biblia tiene textos donde se condena esta conducta.

Desde luego, no podemos dejar fuera al Diablo. Pues no siempre es un plan macabro de las corporaciones o de los gobiernos, y no siempre es un castigo divino; a veces son artimañas del demonio para molestarnos. Algunos que conocen bien las conductas de higiene del Diablo, afirman que él no se baña, porque dedica todo su tiempo a tentar a las personas. Pero en esos temas yo soy ignorante.

Como puede observarse, a causa del virus se crean unas complicaciones frente a las cuales el virus no parece ser el mayor problema. Necesitamos discernir con sabiduría; necesitamos reflexionar críticamente la realidad; necesitamos aprender a filtrar informaciones para que tengamos un criterio más claro de las cosas. No nos podemos dejar llevar de todas las informaciones sin verificar su veracidad por más que nos gusten o que se asemejen a nuestra forma de pensar. No nos podemos saturar de información y asustarnos por las estadísticas. Porque, igual que los textos bíblicos, los números sacados de contexto pueden decir muchas cosas que no son ciertas. En fin, es importante que, aunque no sepamos a ciencia cierta todo lo que está ocurriendo, sigamos las orientaciones de seguridad de los profesionales de la salud, por lo menos lo general, ya que ellos mismos no se ponen de acuerdo (distanciamiento social e higiene sin rayar en el individualismo deshumanizante e indiferente del desprecio por el otro).

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