Por: Pedro M. Fernández
Decimos que Dios es una persona. Pero dado el hecho de que no conocemos otra forma de personas más que la humana, en nuestro intento de descripción teomórfica, caemos irremediablemente en el antropomorfismo (una descripción de Dios basada en las características humanas). Así corremos el riesgo denunciado ya por muchos pensadores: crear una imagen de Dios a nuestra imagen y semejanza, en vez de ser al inverso.
Decimos que Dios es una persona. Pero dado el hecho de que no conocemos otra forma de personas más que la humana, en nuestro intento de descripción teomórfica, caemos irremediablemente en el antropomorfismo (una descripción de Dios basada en las características humanas). Así corremos el riesgo denunciado ya por muchos pensadores: crear una imagen de Dios a nuestra imagen y semejanza, en vez de ser al inverso.
El
hecho de tener un Dios invisible y lejano (paradójicamente cercano, en el cielo
y aquí, gracias a la omnipresencia) viene a complicar aún más lo antes dicho.
Pues la invisibilidad, ausencia e ininteligibilidad de Dios crea, por un lado,
la necesidad de medios de constatación; mientras que por el otro, potencia y
facilita la creación de imaginarios ideológicos teológicos que responda a
intereses dominación, discriminación y exclusión en contextos diferentes y
específicos.
Aquí
se hace necesario deslindar entre la creación humana y la revelación divina de
la realidad ontológica teomórfica. Es decir, ¿qué de lo que conocemos o decimos
saber acerca de la especificidad inherente a la naturaleza de Dios ha sido
revelado por Dios? ¿Y qué ha sido construido por el genio del intelecto ser
humano? El hecho de que la Teología Sistemática nos muestres que lo que
conocemos de Dios es gracias a sus atributos deja aclarado en gran parte el
asunto. Además, cabe aclarar que lo
que denominamos revelación no es más que, como dice Torres Queiruga, «un “caer
en la cuenta” que nos devela una profundidad insospechada a la que nos aboca el
estímulo que revela».
El
ser humano tiene la tendencia morbosa de medir todo desde sí mismo. Y de
atribuir a sus creaciones sus propias características. Cada atributo de Dios
responde a un momento y a una realidad de necesidad específica del ser humano.
La revelación se convierte en hermenéutica atributiva. Lo que sucede es un caer
en cuenta y ese caer en cuenta atribuírselo a un ser o causa divina a partir de
una interpretación.
Si
bien, esto puede servir para causas muy nobles, también puede servir para fines
utilitarios de poderes hegemónicos. Pues si nadie ha visto a Dios habrá que
asumir que es como dicen que es los que tienen el poder de creación de
imaginarios teomórficos. Así las cosas, la imagen de Dios construida por la
estructura socio-religiosa sirve para legitimar sistemas de dominación,
exclusión, alienación y discriminación.
Dada
la naturaleza ininteligible de Dios, de ello nada sabemos con certeza. Quizás,
como decía el Pseudo Dionisio, «lo único que sabemos con certeza es lo que no
es». De manera que, en términos teológicos, como aseveraba Lao Se, «el que sabe
no habla y que habla no sabe». Dios sigue siendo misterio inconmensurable, El
Totalmente Otro de Karl Barth. Así que no debemos dejar que nos engañen con
cualquier imagen de Dios.