lunes, 30 de julio de 2012

¿POR QUÉ TEMENOS PERDER A LA PERSONA QUE AMAMOS?


Por: Pedro Miguel Fernández

Las relaciones afectivas tienen grandes cargas sicológicas, pues mientras más implicados(as) estemos en una relación, mientras mayor nivel de intimidad haya, más alta será la probabilidad de aparición de la ansiedad. Esta, causada por el “miedo” a la pérdida o al rechazo. Por ejemplo, cuando somos muy amigo(a) de una persona de sexo apuesto, y esta persona nos atrae, tendemos a no manifestar nuestros sentimientos, por miedo a ser rechazados(as) o a perder la amistad (cercanía) de dicha persona. En tal situación, para evitar la aparición de la ansiedad, entran en juego nuestros “mecanismos de defensa”, los cuales actuarán reprimiendo, negando, evadiendo o proyectando nuestros sentimientos:
-          Nos reprimimos, por eso no decimos lo que sentimos.
-          Negamos que sentimos algo más que amistad por la persona.
-          Evadimos conversaciones sobre ese tema o temas relacionados.
-          Proyectamos en otros nuestros sentimientos, hacemos notar que hay otras personas enamoradas de nuestra amiga(o).

Ahora, ¿por qué tememos a perder a esa persona? Sencillamente, porque quedaríamos solos(as). Los seres humanos contamos con “esquemas” que filtran la información que percibimos del ambiente, en el mayor de los casos, no somos conscientes de los mismos, porque se albergan en nuestro inconsciente – en la memoria a largo plazo. El caso con los esquemas es que, como afirma el sicólogo cognitivo John Seely Brown, cuando hablamos con otras persona ajustamos nuestros esquemas, en otras palabras se crea una afinidad, lo cual nos hace sentir en compañía, pues hay otra persona en el mundo que comparte nuestra forma de verlo, por ello, es lógico que no queramos perder la cercanía de esa persona. Pues ello, supondría tener que pasar un momento de duelo por la pérdida. De manera que, para librarnos de la ansiedad que esto nos provocaría, nuestros mecanismos de defensa actúan sobre nuestra percepción y cognición, creando un “punto ciego” que distorsiona la percepción y los procesos cognitivos.

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