miércoles, 1 de abril de 2020

SARS-COV-2 (COVID-19): Pánico, Demonios y Conspiraciones


"Una reflexión desde la Psicología Social y la Sociología de la Religión"
Pedro M. Fernández


“Es necesario que todo esto suceda, pues ya estaba profetizado”. “Estas son señales de que el fin del mundo está cerca”. “Científicos han descubierto que este virus es un invento de los chinos para convertirse en la primera potencia”. “Esto es obra de los gobiernos que quieren reducir la población mundial”. “Detrás de todo están las grandes corporaciones”. “La cura del virus ya existe, solo están dejando que se muera una cantidad predeterminada de personas”. “Todos nos vamos a contagiar y posiblemente a morir”. Estas son solo algunas de las muchas ideas que escuchamos a diario y de las publicaciones que recorren cual proselitista nuestras redes sociales.

Ahora, ¿qué tanto nos puede dañar el COVID-19? ¿En qué sentido puede dañarnos? Son dos de las interrogantes que ocupan mi confinada existencia en medio de la situación que vivimos actualmente a causa del virus. Responder a estos interrogantes no es tarea sencilla, porque cualquier abordaje simplista puede conducirnos a errar y a difundir informaciones que desayuden más que beneficiar a quienes las consuman.

De lo anterior que, un abordaje riguroso del tema debería tomar en consideración los puntos de vista de las ciencias médicas, la salud pública, la sociología, la psicología, la economía, la política, la religión, entre otros. Lo cual implicaría la colaboración de diversos especialistas. En este punto cabe precisar que el fin de este escrito es reflexionar el tema desde la Psicología Social y la Sociología de la Religión. Pese a ello, pudiera ser que en algún momento parezca que me adentro a otro campo del conocimiento, dado que la realidad no parece ser discreta.

Hablar del virus en la situación actual es como hablar de un tema bíblico con una persona que lleva mucho tiempo en la iglesia y que además es fanática; en tal caso, será difícil que por lo menos reflexione una interpretación diferente de la que la ha enseñado y de la cual se abraza con gran fuerza dada la inmensa cantidad de interpretaciones que amenazan con desestabilizar su fe. De algún modo, ante el bombardeo de informaciones diferentes y divergentes, en el mayor de los casos desinformativas sobre el COVID-19, la gente busca una verdad a la cual apegarse. Y muchas veces, la presunta “verdad” es escogida no a partir de un ejercicio critico lógico-racional, sino a partir del sesgo de confirmación: simplemente aceptando como cierto las informaciones más afines a las creencias propias. Si la información es falsa, la persona pensará de forma errónea el tema, pero será difícil sacarle de ahí. Porque, como entiende Mark Twain, es más fácil engañar a las personas que convencerlas de que las han engañado.

Daniel Kahneman y Amos Tversky realizaron diversos estudios estadísticos enfocados, muchos de ellos, en observar cómo las personas razonan estadísticamente. Para sorpresa de ellos y también nuestra, aun los más intelectuales (según el estereotipo popular) y la población en general en la cotidianeidad razona siguiendo más la intuición que la lógica estadística. Ellos encontraron que las personas tienden en sus razonamientos a fiarse de la información más próxima o accesible a la conciencia, es como tomar un atajo mental para el razonamiento. Llamaron a esta confianza “heurística de disponibilidad”. Por ejemplo, hay mayor probabilidad de que tengamos un accidente en automóvil que en avión, pero si recientemente hemos sufrido un accidente de avión o hemos estado expuestos a diversas noticias sobre accidentes de avión, lo más probable es que pensemos que los accidentes en avión son más comunes que los de autos. Lo interesante es que la facilidad con la que accedemos a las informaciones próxima a nuestra consciencia está condicionada en gran medida por la cobertura de los medios. Por ello, hay homicidios que nos conmueven más que otros, delincuencias que nos impactan más que otras y enfermedades que nos invaden más que otras. Todo depende de cuál es la escena que quieren que veamos. Esto no es conspiración, sino que la opinión social es guiada.

Lo anterior también está relacionado con la forma en que funciona nuestra atención. Hoy compro un auto de una marca poco común, mañana salgo a la calle y está llena del mismo auto. Y es que tenemos la capacidad de enfocarnos, en un momento determinado, en una porción de la realidad y prescindir del resto (no es que el muchacho no atiende, es que está atendiendo a otra cosa). Si esto es así, tendremos varias implicaciones. Por un lado, poder enfocarnos evita que nos dispersemos y permite que podamos captar con precisión la información enfocada. Por otro lado, el hecho de estar enfocados en un punto puede llevarnos a perder de vista información relevante existente en el contexto o puede hacer que nos enfoquemos en información irrelevante, errónea o nociva. Pues, como dice Steve Lukes, toda forma de ver es una forma de no ver. Si el enfocarse de forma desmedida en un punto determinado es acompañado de obsesividad, pánico, ansiedad fanatismo, o teoría conspirativa las cosas pueden complicarse.

Lo dicho hasta aquí nos lleva a pensar que, dada la forma de funcionar de nuestro razonamiento y de nuestra atención, si estamos sobre expuestos a un estímulo o saturados de una información terminada por largo tiempo, dicha información tenderá a condicionar toda nuestra forma de pensar, nuestros sentimientos y nuestras acciones. Y por extensión, nuestra forma de relacionarnos. ¿Conoce usted a alguien que solo hable de un tema en el cual siempre tiene la razón? Por ahí va el asunto.

En la década de 1960, Stanley Milgram buscaba conocer cómo las personas estaban conectadas unas con otras. Entregó cartas a 100 personas de Nebraska y pidió que las enviaran a un destinatario en Boston, pero no podían enviarlas directamente, sino a través de alguna persona conocida. La persona que recibía la carta debía enviarla a un conocido y así sucesivamente. En promedio se necesitaron seis personas para que la carta llegan al destinatario en Boston. Este experimento fue reproducido a escala mundial en el año 2002 por Duncan Watts con el mismo resultado. Se concluyó que todos estamos conectados con el resto del mundo por seis grados de separación.

Siguiendo la línea de investigación antes mencionada, Nicholas Christakis y James Fowler observaron que, si bien estamos separados del resto del mundo por seis grados, la influencia solo llega hasta el tercer grado. En otras palabras, nosotros influenciamos y somos influenciados por nuestros amigos, los amigos de nuestros amigos y los amigos de los amigos de nuestros amigos. En resumen, existe seis grados de separación y tres grados de influencia o contagio. También ellos observaron que en promedio tenemos unas 20 personas en nuestra red de primer grado. Lo que implicaría que influenciamos y somos influenciados por alrededor de 8 mil personas.

Las redes que establecemos y a las que pertenecemos determinan nuestro modo de interacción social. Pues, por dichas redes se transmiten informaciones, ideologías, sentimientos, enfermedades, conspiraciones y demás. En este sentido, podemos comprender el modo de propagación de un rumor, de una creencia, de un sentimiento, de una enfermedad o del pánico social. Aquí cabe resaltar que con la creación de las redes sociales virtuales se potencia de forma exponencial la propagación y el contagio y, de igual modo, los efectos o consecuencias de los mismos.

Dicho lo anterior, en el caso de una enfermedad contagiosa, con un solo infectado hay una red de 8 mil personas que potencialmente pudieran ser contagiados. Desde luego, la probabilidad de que esto suceda varía en cada grado de relación de la red. Desconozco la proporción en temas de salud. Pero, por ejemplo, según Christakis y Fowler, en el caso de la felicidad la probabilidad contagio en el primer grado de la red es de 15%, en el segundo grado es de 10% y en el tercer grado es de 6%. En esta probabilidad interfieren diversos factores como, por ejemplo, el distanciamiento geográfico. Pues se ha observado que si las personas del primer grado de la red viven a menos de una milla la probabilidad de que ese nivel de contagio se dé aumenta un 25%.

El ejemplo con la felicidad nos deja claro que la probabilidad de contagio varía de un grado a otro de la red y que dicha probabilidad puede variar en un mismo grado en función de diversos factores como el distanciamiento social. Aquí hay dos cosas que observar. Primero, que he estudiado el tema del contagio social en las redes sociales naturales no en las redes sociales artificiales. Segundo, que el contagio de un virus como el COVID-19 se propaga a través la red social natural, pero el pánico social, la ansiedad, las falsas creencias y las teorías conspirativas, inferimos que se propagan por la red social virtual y con mayor vertiginosidad. Por lo que, las consecuencias psicosociales de la propagación y contagio a través de las redes virtuales de pánico, ansiedad y falsas creencias pueden ser tan nocivas o más que el mismo virus.

Desde las ciencias médicas y desde la salud pública se hacen esfuerzos para frenar la propagación del virus, para encontrar una vacuna y para atender a los contagiados. Para ello, se han utilizado diversas estrategias que van variando en la medida en que se van obteniendo mayores conocimientos sobre el virus. De igual modo, desde la psicología debemos atender las consecuencias psicológicas de la propagación del pánico social, la ansiedad y las falsas creencias que afectan a la población en términos cognitivos, emocionales y conductuales. Así como realizar esfuerzos para frenar el contagio social de los problemas de orden psicosocial.

A este nivel de nuestra reflexión podemos asumir como plausible que estamos interconectados por redes sociales naturales que determinan nuestra forma de interacción social; que existen seis grados de separación y tres de influencia; que por la red se propagan informaciones, sentimientos, ideologías, enfermedades, conspiraciones y demás; que la influencia y el contagio solo llegan hasta el tercer grado de la red; que la probabilidad de propagación y contagio varía de un grado a otro y depende a diversos factores; que las redes sociales virtuales incrementan la propagación y el contagio de forma exponencial; que nuestro razonamiento está condicionado por sesgos, heurísticos, estados emocionales e influencias del medio externo; que en el proceso de razonamiento se favorecerá la información más accesible a la consciencia; que aceptamos con mayor facilidad informaciones que confirmen nuestras opiniones y creencias aunque las mismas sean falsas; que la sobreexposición a un tipo de información focaliza desmedidamente nuestra atención y condiciona nuestros pensamientos, sentimientos y conducta individual y social; y que los medios de comunicación favorecen que ciertas informaciones sean las que ocupen nuestra atención en un momento determinado.

Dicho lo anterior, cabe preguntarse ¿cómo nos afecta la difusión masiva de fakes news sobre el virus a través de los medios de comunicación y redes sociales? ¿Qué impacto tiene en la población el consumo diario y masivo de informaciones e interpretaciones tan disímiles sobre el virus? ¿Cómo incide en la conducta social y modos de interacción el pánico generalizado? ¿Cuál tendrá consecuencias más nocivas a largo, el virus perse o la construcción social del mismo y la interacción social que produce? Hay muchos otros interrogantes al respecto.

En relación con estos interrogantes hay que tomar en consideración que una cosa es el virus perse y otra diferente es cómo en el ámbito de lo simbólico interaccionamos socialmente en torno al mismo. Siguiendo al construccionismo social, la realidad que experienciamos los humanos no es la realidad inherente a los fenómenos de la naturaleza, sino una realidad construida socialmente. Esta realidad, la nuestra, la única que conocemos experiencialmente, se ve condicionada por la forma en que interpretamos nuestra experiencia subjetiva e intersubjetiva. Porque, en definitiva, parece ser que nuestra realidad no es más que eso, una interpretación.

Las fakes news son interpretaciones distorsionadas de la realidad objetiva que nos desinforman con respecto de la misma. Y que en el contexto de la posverdad la difusión de noticias falsas tiene más impacto cuando apelan a las emociones y creencias personales, influenciando así la opinión pública y la conducta social. Solo hay que mirar las redes y medios de comunicación para darse cuenta de cómo se apela más a nuestras emociones que al razonamiento crítico.

Es virus es real y tiene un nivel de contagio y un nivel de letalidad específicos que varían en virtud de diversos factores tanto inherentes a las personas como del contexto. Pero allí en donde se genera un vacío por la falta de conocimiento científico respecto a un fenómeno nuevo, se crea en un caldo de cultivo para la proliferación de todo tipo de interpretaciones erróneas de índole política, religiosa, económica, pseudocientífica, medica, conspirativas, entre otras.

En fin, la realidad del virus ha hecho viral múltiples interpretaciones erróneas de dicha realidad, entre las cuales las personas escogen de función de su sesgo de confirmación. En este punto, como plantea la paradoja de la elección, tener más opciones entre las cuales elegir no aumenta nuestra felicidad, sino nuestro nivel de ansiedad, la frustración y la incertidumbre. Porque elegir una opción implica rechazar otras y no sabemos si hemos elegido correctamente. Y en este contexto muchas personas desean una verdad a la cual apegarse. Así que, les genera ansiedad e incertidumbre no saber qué es verdad y cómo proceder. Las redes están llenas de personas que tienen la cura del virus y muchas son las personas que se apegan a algunos de esos gurúes y terminan frustradas cuando se dan cuenta de que todo era mentira. Qué fácil es tomarles el pelo a las personas desesperadas. Bien lo advierte Luc Ferry, que muchas veces las personas prefieren una buena noticia falsa a una mala noticia verdadera. Como ven, esto no sucede solo en el amor.

En el contexto actual, algunas personas toman el camino de la negación, sea respecto del virus o de su letalidad o contagio. Así que, continúan su vida como si nada pasara sin tomar ninguna medida a menos que el señor COVID toque su puerta. Otros toman el camino de la exacerbación. Así entran en pánico y difunden miedo y contagian a muchas personas con noticias falsas. Vemos como el director del Colegio Médico Dominicano propone que se aplique una cuarentena de 24 horas y la gente corre y abarrota los supermercados para llevarse todo sin ni siquiera percatarse de que era solo una propuesta no un decreto. Pero alguien lo interpretó de una manera errónea y los demás le siguieron. De igual modo, en algunos países el sistema de salud ha colapsado por la concurrencia masiva de persona que empiezan a somatizar el virus como si estuviéramos ante una gran estampida de hipocondríacos. Todas estas conductas sociales favorecen el contagio. También dicen mucho del señor primitivo que llevamos escondido dentro (un punto a favor para los psicólogos evolucionistas).

Si bien es cierto, que el pánico social, la ansiedad, la obsesión, las noticias falsas, las falsa creencias, la ignorancia, entre otros, son nocivas en medio de una pandemia; porque todo esto afecta el razonamiento e impulsa conductas de riesgo en la población en general. También hay que tener en cuenta el impacto de las restricciones de la libertad social en los individuos y los grupos a los que pertenecen. Pues se tiende a asignar una valoración excesiva a las cosas que perdemos (como cuando nos terminan y aún estamos enamorados). Vemos cómo muchas personas interpretan el confinamiento como algo muy negativo, pues no soportan estar encerrados en casa. Aunque para agorafóbicos y gente con pánico sociales debe ser el paraíso.

Lo anterior tiene diversas implicaciones. Porque si bien, quedarse en casa es vital para frenar el contagio del virus, si no es que ya estamos contagiados, pero no lo sabemos por diversas variables (como que ahora es que están llegando las pruebas masivas); también hay que considerar que para muchos esta medida tiene consecuencias tan graves o peores que el mismo virus. Por ejemplo, hay relaciones de pareja que funcionan porque solo se ven para dormir, pues estar juntos crea un espacio de tensión a veces hasta peligroso. También está la situación con la crianza, por lo menos en nuestro país hay muchos padres que solo ven sus hijos de noche y hay mucha agresividad en las pocas horas que se ven. Entonces, los hijos pueden que alteren negativamente el estado de ánimo de los adultos que ya están en pánico y con otras preocupaciones. Pues, aunque los padres digan en una compaña familiar: “con mis hijos no te metas”, eso no significa que en la práctica quieran encargarse por ellos mismo del cuidado y educación de los hijos: “para eso están las escuelas”. Así ya estamos viendo diversos reportes de violencia intrafamiliar e infantil, pero no se habla de eso, porque ahora estamos en coronavirus y todo lo demás es secundario, hasta las artimañas de la corrupción política para sacar beneficio de la situación. De nuevo el camarógrafo nos tiene enfocados.

Pero lo anterior no es lo peor, porque con todo lo difícil que pueda ser quedarse en casa, sigue siendo un privilegio que muchos no pueden darse. Personas que comen del día a día y que por no ser del partido de gobierno no les llegarán las ayudas (no necesariamente por decisión del primer mandatario), sino de los intermediarios. Estas personas no tienen los recursos para sobrevivir si se quedan en casa y posiblemente tampoco la educación ni la información para protegerse. Muchas de estas personas viven en condiciones de hacinamiento y miseria profunda.

¿Y qué decir de los inmigrantes indocumentados? ¿Qué de las trabajadoras sexuales? Tema que a muchos les molesta que se menciones ¿De los mendigos e indigentes? Hay muchas personas que viven en condiciones infrahumana y de ellos no se dice nada. También hay que pensar que al terminar esta situación muchas personas no solo perderán a algún familiar (cosa que no quisiéramos que suceda), sino también sus empleos, lo cual pondrá en peligro a subsistencia de los que están vivos. En todos estos puntos habrá mucha necesidad de intervención psicosocial.

En medio de todo esto tenemos las redes llenas de toda suerte de información, en el mayor de los casos desinformativas. Y desde luego, no faltan las interpretaciones de conspiración. Dejemos claro de una vez: el virus es nuevo por lo que sabemos poco del mismo y los científicos van actualizando la información sobre el mismo en la medida en que van obteniendo nuevos conocimientos. Ahora, ¿es este virus inventado? Es posible, pero no hay evidencia fehaciente al respecto, solo rumores y fakes news. ¿Hay ocultación de información por parte de los medios oficiales? Si la hay, no sería nada nuevo. ¿Se quiere reducir la población mundial con esto? Esto se viene haciendo de diversas formas (como el control de natalidad y otras prácticas e ideologías) y no todo el mundo se preocupa. Igual, no tenemos evidencia creíble de dicha conspiración macabra. ¿Se quiere acabar con los envejecientes? Habría que pensar que hay otras enfermedades más letales para los envejecientes y no andamos suponiendo que alguien las inventó para acabar con esta población. No niego la posibilidad de que a raíz del virus algunos vean la oportunidad de beneficiarse y se oculte información y sucedan otras tantas cosas indeseables, pero no podemos confundir las consecuencias con las causas. Se podrías caer también en sesgos atribucionales. Y como dice Nassim Nicholas Taleb, a veces nos sorprende el impacto de lo altamente improbable, o de cosas probables pero novedosas.

Por último, y no menos importante, tenemos la proliferación de las interpretaciones religiosas y vacticiniu ex evento (asociar un evento después que sucede con una supuesta predicción previa del mismo). Vemos las redes llenas de personas diciendo que Dios le había mostrado la pandemia y muchas cosas más por medio de un sueño, revelación o visita al cielo o al infierno. La gente va donde sea para conocer el futuro. Pero así si es bueno, profetizar un evento después que sucede, o asociarlo medalaganariamente con algo que se dijo en el pasado, aunque no guarde relación alguna más que la existente en la mente del intérprete.

Ahora vemos muchísimas personas que de repente se han vuelto expertas en interpretación bíblica tomando y sacando fuera de contexto toda la literatura apocalíptica y escatológica judía y cristiana para encontrarle un sentido a lo que está sucediendo. En este punto no critico la fe de las personas creyentes, pues sé que la mayoría cree sinceramente (aunque la sinceridad y buena intención no implica que estemos en lo correcto) y andan buscando a qué apegarse dentro de su fe en un contexto de incertidumbre y miedo. En esa búsqueda se cae en interpretaciones erróneas las cuales se difunden y muchos otros terminan creyendo algo erróneo. Igual, no podemos negar que en la religión hay personas con poder y con deseo de control que difunden interpretaciones para manipular a los y las creyentes. Además, aunque moleste hay que decirlo, muchas de las interpretaciones escatológicas están lejos de la realidad inherente a los textos bíblicos.

Para cualquier que conozca un poco la historia del cristianismo es claro que en cada crisis surgen interpretaciones del fin del mundo. Podemos recordar la peste negra, las diversas guerras u otras pandemias o más reciente, el milenio. Siempre es igual, las situaciones de crisis generan interpretaciones escatológicas. Y es que, para muchas personas religiosas con condiciones de vida muy precarias, la única salida es que Dios venga y acabe con este sistema y establezca un mundo nuevo donde reine la justicia divina. Además, desde el ámbito religioso todo tiende a interpretarse como parte de la intervención divina directa o indirecta. Por eso, escuchamos que son los juicios de Dios por la maldad de la gente, ya que impera una visión de Dios como castigador. Así mucha gente se llena de la culpabilidad y esto les afecta emocionalmente.

Pero lo peor es que en muchos de nuestros países en vez de tomar medidas adecuadas, los mismos gobernantes deciden “dejarlo en manos de Dios”. Así encontramos a muchos presidentes que en vez tomar las medidas de lugar, llaman a la población a orar para que Dios los libre. Sé que esta última oración hará que algunas personas me cataloguen de ateo (cosa que no es cierta, soy agnóstico), pero en realidad hay que diferenciar las cosas, pues no es que no oren si así lo desean. Pero que no nos tomen de idiotas queriendo escudarse en la fe de las personas para no asumir su responsabilidad. Esto es como que una persona venga con hambre y en vez de darle de comer yo ore por la persona para que Dios le dé de comer, y de esta manera yo no involucrarme. La misma Biblia tiene textos donde se condena esta conducta.

Desde luego, no podemos dejar fuera al Diablo. Pues no siempre es un plan macabro de las corporaciones o de los gobiernos, y no siempre es un castigo divino; a veces son artimañas del demonio para molestarnos. Algunos que conocen bien las conductas de higiene del Diablo, afirman que él no se baña, porque dedica todo su tiempo a tentar a las personas. Pero en esos temas yo soy ignorante.

Como puede observarse, a causa del virus se crean unas complicaciones frente a las cuales el virus no parece ser el mayor problema. Necesitamos discernir con sabiduría; necesitamos reflexionar críticamente la realidad; necesitamos aprender a filtrar informaciones para que tengamos un criterio más claro de las cosas. No nos podemos dejar llevar de todas las informaciones sin verificar su veracidad por más que nos gusten o que se asemejen a nuestra forma de pensar. No nos podemos saturar de información y asustarnos por las estadísticas. Porque, igual que los textos bíblicos, los números sacados de contexto pueden decir muchas cosas que no son ciertas. En fin, es importante que, aunque no sepamos a ciencia cierta todo lo que está ocurriendo, sigamos las orientaciones de seguridad de los profesionales de la salud, por lo menos lo general, ya que ellos mismos no se ponen de acuerdo (distanciamiento social e higiene sin rayar en el individualismo deshumanizante e indiferente del desprecio por el otro).

lunes, 9 de marzo de 2020

REPENSANDO LA REALIDAD: Entre la creencia y el conocimiento

Pedro M. Fernández

Los últimos seis años de mi vida una pregunta ha ocupado de forma recurrente mi pensamiento ¿Cómo conocemos los humanos? Esta no es una pregunta novedosa, ya que, desde el pensamiento griego clásico (considerando solo a Occidente) hasta la actualidad se ha planteado esta pregunta y se han presentado diversas respuestas para la misma. Respuestas que, en su mayoría, supongo que desconozco, dada la amplitud de la producción filosófica occidental. Sin embargo, sí creo conocer la mayoría de las diversas corrientes filosóficas en las que se enmarcarían las diversas respuestas, incluyendo mi pensamiento.

Cuando abordamos la pregunta de cómo conocemos los humanos hay que tomar en consideración varios factores implicados. Por un lado, existe un conocimiento colectivo o intersubjetivo que es el conjunto de todo el conocimiento alcanzado y registrado por la humanidad desde los albores del pensamiento hasta la actualidad. Por otro lado, está el conocimiento subjetivo que es todo el conocimiento al que puede acceder una persona en particular. Estos conocimientos tienen sus alcances y sus limitaciones, los mismos se encuentran enmarcados dentro de los limistes impuestos por la biología y el desarrollo de la ciencia y la técnica.

Desde los albores del pensamiento humano
Ahora bien, conocer el conocimiento humano, implica comprender (entre otras cosas) aunque sea someramente la evolución del pensamiento humano. Desde la revolución cognitiva que nos dio acceso al pensamiento abstracto (hace alrededor de entre 70 mil – 50 mil años), hemos pasado por diversas etapas del pensamiento. Antes de esto, los homos sapiens solo contaban con el pensamiento concreto, es decir que, solo tenía la experiencia directa de las cosas, pero sin una abstracción consciente de la misma. Pero luego de dicha revolución, pasamos al pensamiento abstracto en el que podemos aprehender la realidad y abstraerla de forma consciente, lo cual da paso a la imaginación y a la búsqueda de explicación de los fenómenos circundantes.

En la primera etapa del pensamiento abstracto aparece el pensamiento mágico. En el mismo, dado que no se tiene explicación para la mayoría de los fenómenos que se perciben, se asume que los mismos son sobrenaturales. Así damos el primer paso a la creencia en la que se asume que existe algo más allá de la naturaleza física-material. Así la creencia se convierte en el segundo modo de conocer, ya que el primero es la experiencia sensorial. Las creencias condicionan a tal punto la cognición que, incluso, la misma experiencia sensorial termina enmarcándose dentro de los parámetros de las creencias del momento (las personas terminan percibiendo aparentemente lo que creen que existe). De muchos modos esto sigue invariable.

Dado lo anterior, en el pensamiento mágico, en el que los fenómenos naturales son percibidos como sobrenaturales, se desarrolla el mito como forma de explicación y el ritual como forma de llevar la fiesta en paz con esos seres malhumorados (dioses o demonios) que tienen el poder de destruirlos. Así se crea todo un conjunto de explicaciones fantásticas fruto de las creencias y la imaginación y un conjunto de rituales que respondían a dichas creencias. Es el inicio de la religión.

Con el paso de las sociedades nómadas a las sedentarias los grupos de personas se organizan, se asientan en un territorio y empieza el desarrollo de la agricultura. En este nuevo tipo de sociedad, la agraria, las personas cambian paulatinamente de organización socio-política: de la tribu pasan a formar pequeños poblados y de ahí a las ciudades-estados.

En este nuevo tipo de organización social cambian los imaginarios, se pasa en muchos casos, del animismo y el panteísmo, al politeísmo y al henoteísmo. En esta nueva comprensión, los fenómenos naturales inexplicables dejan de ser entendidos como entidades sobre naturales para ser atribuidos a entes sobre naturales. Aunque dichos entes continuaban teniendo formas conocidas: a veces forma de animales, a veces formas de humanos, o también de algún monstruo imaginario.

Llegados a este punto, cabe preguntarse ¿por qué estas etapas del conocimiento humano se basan en una intuición fuera de toda racionalidad lógica? Lo primero es que el razonamiento lógico no existía todavía, sino el razonamiento mágico. Por otro lado, se debe a la forma en que funciona nuestro pensamiento. Situación que sigue siendo igual en la actualidad, aun después de más de 2500 años de inaugurado en pensamiento lógico.

Nuestro pensamiento funciona sobre la base de sesgos, heurísticos y emociones. De modo que, ante una situación determinada tendemos a inclinarnos hacia un cierto tipo de razonamiento en vez de otros. Pero además, para realizar esta inclinación tendemos a tomar la información más próxima a la conciencia. Y los dos procesos anteriores son condicionados por el estado emocional del momento. De manera que, el hecho de que podamos razonar no es sinónimo de que utilizaremos la razón de forma lógica. Todavía queda la pregunta de ¿por qué el pensamiento funciona así? Interrogante que por cuestión de lo extensa que es no la abordaremos en este texto.

Pues bien, en Occidente, hace alrededor de 2600 años, en la región jónica de Mileto,  surge una nueva forma de conocer: el razonamiento lógico. Es este el modo de conocimiento que nos ha llevado hasta el desarrollo de la ciencia y la tecnología como las conocemos hoy. ¿Nos ha convertido esto en mejores seres humanos? Eso es algo debatible, pero lo cierto es que tenemos una forma más compleja de conocer la realidad.

Modos de conocer
Dicho esto, tenemos tres modos de conocer: la experiencia sensorial (toda la información a la que accedemos a través de los sentidos), las creencias (suplen todo el vacío de conocimiento al que no podemos acceder a través de lo sensorial o la razón, sea de forma individual o colectiva) y la razón lógica (a través de la que nos acercamos a un conocimiento lo más objetivo posible). A continuación analizaremos cada uno de estos modos de conocimiento por separado. Pero antes, ¿qué sabemos sobre la realidad?

Esta pregunta es importante a la hora de adentrarnos al conocimiento, porque es precisamente la realidad lo que aspiramos conocer. Ahora, ¿qué es lo real? ¿Cómo es la realidad? Esas son cuestiones más complicadas de responder. La cierto es que no lo sabemos y lo que sabemos depende de nuestros modos de conocer. De modo que, tenemos certidumbre de algunas cosas y otras solo las creemos aunque muchos estén convencidos de dichas creencias. Entonces, ¿qué nos permiten conocer nuestros modos de conocimiento?

El conocimiento como experiencia sensorial
La experiencia sensorial solo nos permite acceder a informaciones de nuestro mundo natural, físico, material. Pues son medios físicos hechos de materia y que solo pueden darnos razón de lo que es materia. Sin embargo, cabe destacar que nuestra aprehensión de la realidad no es un contacto directo con la misma, sino que la experiencia sensible se da gracias a que nuestras neuronas sensoriales transforman la información del ambiente en información electroquímica, que es con la que trabaja nuestro cerebro, en un proceso denominado transducción. De modo que, nuestro conocimiento de la realidad resultante de la experiencia sensible, es una interpretación y representación interna de la misma. Pero esta interpretación no es únicamente subjetiva, sino que también es intersubjetiva. Es decir, en promedio no percibimos lo mismo que la mayoría únicamente porque tengamos estructuras cerebrales parecidas, sino porque también nuestra forma de percibir está condicionada por la interacción social.

De manera que, nuestra experiencia sensorial es nuestra primera forma de acceder a la información, pero no es un proceso aséptico. Sino que está condicionado por muchos factores, desde la naturaleza de los sensores, hasta la subjetividad y la intersubjetividad. De hecho, nos fiamos de la percepción individual a partir y en comparación con la percepción intersubjetiva. Pues si hay 10 personas en una habitación y yo veo un perro en medio y nadie más lo ve, lo más probable es que dude de que lo que estoy viendo sea real. En todo caso queda la duda: qué tal si los demás se pusieron de acuerdo para negar ver al perro (suponemos que esto último es menos probable). Aunque en psicología social se han realizado muchos experimentos relacionado con esto, como los de conformidad social.

Pero esta no es ni de lejos la única complicación con la experiencia sensorial. Todavía está el rango de información al que nos permiten acceder. Por poner un ejemplo, la visión solo nos permite percibir longitudes de hondas luminosas que se encuentren entre los 70 y los 700 nanómetros, es decir que, de forma natural, no podemos percibir nada fuera de este rango. Y dado que la realidad es mucho más que eso, todo lo demás queda ajeno a nuestra percepción visual. De igual modo, sucede con los demás sensores.

Entonces, hay que decir que por un lado, tenemos un rango de experiencia sensorial determinado por la biología que no podemos traspasar de forma natural. Además, que no tenemos acceso directo a esa información, pues se da un proceso de transducción cuando la información del medio choca con nuestros sensores. Pero también, esta información es filtrada y hasta nuestra consciencia solo llega una pequeña porción de dicha información, hablamos de menos del 1%. Pues la capacidad de nuestros sensores es extremadamente alta en comparación con nuestra consciencia. También, lo que se percibimos está condicionado por la interpretación subjetiva e intersubjetiva y por nuestras emociones y creencias. Y por muchos otros factores no menciono aquí y por otros que desconozco. Del resultado de todo esto, sólo “lo más importante” se almacena en nuestra memoria, lo cual olvidaremos con el tiempo si no le damos uso. Además de que la memoria no es una copia exacta de los recuerdos, sino una interpretación actualizada de la última vez que recordamos algo. Al menos esto es lo pienso al respecto hasta ahora, siguiendo a algunos neurocientíficos.

Hasta aquí hemos visto la complejidad de la experiencia sensorial. Pero debemos asumir que funciona, porque es la única con la que contamos, de modo que tenemos que fiarnos de ella aunque sea con un cierto nivel de criticidad. Cabe destacar que sin experiencia sensorial no podríamos conocer, pero la misma ni es una réplica exacta de la realidad, ni es del todo fiable. Aquí, algo que nos lleva a cierto nivel de certidumbre es la intersubjetividad, a través de algo denominado consenso, el cual tampoco es infalible, pero aumenta la probabilidad de acercarnos a lo que sería real para la mayoría. De modo que, la realidad más objetiva la construimos desde interacción social, aunque la experienciamos desde la subjetividad.

El conocimiento fruto del razonamiento lógico
Hasta donde sabemos, la realidad está compuesta de materia, aunque recientemente se ha descubierto que también existe la antimateria y se infiere la existencia de materia oscura y de energía oscura. Si esto ya es sorprendente de por sí, la proporción en la que se infieren que existen estas es aun más impresionante: alrededor del 70% sería energía oscura, un 25% sería materia oscura y el 5% sería materia. Y si todos los planetas, sistemas solares, galaxias y supercúmulos de galaxias están hechos de materia, entonces es evidente que no conocemos ni siquiera una mínima parte del 5% de materia que es lo que podemos conocer. Ni siquiera conocemos la mayor parte de nuestro planeta.

Dada la inmensidad de la realidad y dada la limitación de nuestra experiencia sensorial, es evidente que a través de la misma no podemos acceder a una gran cantidad de conocimiento. Llegados a este punto, sucede que si vemos en un fenómeno conocido por medio de la experiencia sensorial un comportamiento al que no podemos acceder a través de la experiencia sensorial, tendremos que utilizar otros medios para conocer ¿qué es ese nuevo comportamiento? ¿Qué lo produce? ¿Por qué sucede?

Aquí llega el razonamiento. Pero el razonamiento puede tomar dos caminos: uno corto y otro largo. En el corto seguirá sesgos, heurísticos y estados emocionales y algunas creencias (que pudieran estar como base para los sesgos y heurísticos). Esto servirá de base para una nueva creencia que, incluso, pudiera ser defendida racionalmente, y hasta con una estructura lógica valida, a través de un proceso deductivo. La mayor parte de las personas ante un fenómeno desconocido nos vamos por esta vida, la de la creencia. Pero más adelante la abordaremos con más detalles.

El camino largo sería el del razonamiento lógico. Este tipo de razonamiento a través de un proceso de metacognición deberá ser consciente de las propias limitaciones y evitar, en la medida de lo posible, los sesgos del razonamiento, los heurísticos, gestionar el condicionamiento emocional y las propias creencias. Esto no es fácil, pero así es el camino a la objetividad, la cual nunca la alcanzamos, pero podemos acercarnos.

Entonces, si estoy sentado solo frente a la mesa y pongo un vaso encima de la misma el cual empieza a mover sin que yo lo haga, lo primero que sé es que el vaso se mueve. Luego, ¿Por qué se mueve? No lo sé. Pudiera inferir que la tierra tembló, o que un fuerte viendo lo movió, o que sin darme cuenta he movido la mesa. Si no encuentro la respuesta en lo más evidente, tengo que asumir que por alguna otra razón se mueve. Supongamos que el vaso tiene un imán en la base y como la mesa es de metal el vaso repele contra la misma. Si este fuera el caso, a menos que cuente con una teoría sobre el magnetismo, no tendré idea de por qué el vaso se mueve. De modo que, una teoría puede ayudar a explicar un fenómeno al que no podemos acceder a través de la experiencia sensorial.

Pero sucede que como de lo único que podemos darnos cuenta de forma consciente es de lo que pasa por nuestra experiencia sensorial. Necesitamos que las teorías, aunque expliquen lógicamente los fenómenos que observamos, lleguen hasta nuestra experiencia sensorial para convencernos de que son ciertas. Para esto necesitamos construir instrumentos que amplíen nuestra experiencia sensorial. Por ejemplo, no tenemos acceso directo a ver una célula aunque teníamos una teoría hubo que construir métodos que nos permitieran observarlas (microscopio) para asegurarnos de que realmente eso que describíamos en teoría estaba allí.

Aquí entra otro modo de conocer que es la técnica, pues esta trabaja a partir del razonamiento lógico y viene a ampliar la experiencia sensorial. A veces se descubre cosas por serendipia.  Pues, en ocasiones, se construyen instrumentos para verificar una teoría y se termina encontrando otra cosa igual de valiosa o el instrumento puede terminar con otra utilidad diferente a la que le dio origen.

Quizás uno de los problemas con el conocimiento lógico-racional es que al buscar tanto la precisión y en ocasiones utilizar un lenguaje muy encriptado, no es accesible para la mayoría de las personas ni les genera interés. Incluso, les puede generar impotencia y sentimientos de incapacidad para alcanzarlo.

Las creencias como modo de conocimiento
Las creencias son como un mal necesario, pues no nos llevan a un conocimiento real de las cosas. Pero, sin embargo, suplen el vacío que dejan los demás modos de conocimiento, sobre todo el lógico-racional, dando una sensación de convencimiento, seguridad y plenitud.

Como se ha explicado anteriormente, los humanos no podemos conocerlo todo ni de forma individual y de forma colectiva y de forma individual no podemos acceder a todo el conocimiento construido de forma colectiva. Es decir que, como individuos, tenemos un conocimiento muy limitado. Esto, por razones que ya hemos explicado anteriormente.

Esta incapacidad de conocer todas las cosas favorece el surgimiento de las creencias de todo tipo. Creamos ideas (sin lógica racional y sin evidencia empírica) sobre el qué, el cómo, el por qué y el para qué de los fenómenos conocidos y desconocidos. Lo interesante es que esto, si bien no nos conduce a un conocimiento que se acerque a la realidad de los fenómenos, es necesario para la supervivencia y para la cotidianeidad. La pregunta es ¿por qué?

Sucede que al no conocer todo, si solo fuéramos a accionar en función de lo que conocemos empírica o lógicamente, nos quedaríamos inmóvil. Pues, por ejemplo, la mayor parte de cosas que usamos no tenemos ni idea de cómo funcionan. Y, sin embargo, las utilizamos dando por sentado de que sí funcionan. De modo que, dar por sentado o fiarnos de muchas cosas que no conocemos nos facilita la existencia.

Pero todo tiene un costo y un beneficio. El punto es que en muchas de esas cosas que damos por sentado se esconden muchas trampas que en ocasiones pueden perjudicarnos profundamente. Pero, como no es lo más habitual, no nos preocupamos mucho por ello, a menos que nos toque la “mala suerte”.

Pues bien, el hecho de no saberlo todo da lugar a los expertos, chamanes, sabios, gurús, etc. Los cuales, se supone que pueden ayudarnos con cosas que no sabemos. Esta suposición es también una creencia, de la cual muchas veces caemos víctimas. Pues aunque un título universitario y un currículo den testimonio de la expertiz de alguien, dado que no estuvimos ahí durante el proceso, solo nos resta creer que es cierto. Y más si es experto en un área de la que no sabemos nada, pues no podemos juzgar si en realidad lo es. Incluso, se ha observado que ante la opinión experta se reduce la actividad en el área cerebral relacionada con el juicio crítico.

Creer, entonces, no es un mero acto religioso, aunque históricamente se lo ha asociado a la religión. Sino que creer es algo simplemente necesario, es un modo de conocimiento primordial para los humanos. De hecho, parece ser que la mayor parte de las cosas que conocemos son frutos de las creencias. Estas están en la base de nuestras expectativas, de nuestras suposiciones, de nuestros sesgos y heurísticos y otros.

El problema con las creencias es que a veces nos llevan a crear absolutos y aferrarnos a ellos aun sin tener ninguna base lógica o empírica que los sostenga. Pueden llevarnos a defensas irracionales de estos absolutos, al fanatismo, a generalizaciones injustificadas, a querer imponer por la fuerza lo que se cree o al rechazo del otro por no compartir nuestra creencia. También, nos puede llevar a tomar acciones sobre algo solo porque estamos convencidos de nuestra creencia sin tener pruebas de que sea así.

Podemos ver ejemplos de lo anterior en la religión, en la política, en la economía, en las relaciones de parejas, en la ciencia y demás. Por ejemplo, las deidades están fuera de nuestras posibilidades de conocer, pero muchas personas están convencidas de su existencia; muchas veces, cuando nuestra pareja nos dice que nos ama pensamos que tenemos la misma idea de amor y nos aferramos a ello; la ciencia cree que existe una racionalidad y que el mundo es cognoscible. Parece ser que preferimos creer a buscar evidencia, pues nuestras creencias nos sirven de confirmación, ya que cualquier cosa que suceda lo interpretaremos en función a nuestros marcos de creencias, lo cual nos hace convencernos más y actuar en función de ello.

Dicho esto, las creencias son una forma de conocimiento necesario e imprescindible, pero peligroso si no lo tomamos con cautela. Pues puede llevarnos a las conductas más irracionales. Pero dado que la racionalidad lógica y la experiencia sensorial tienen sus limitaciones. Tampoco podemos ensañarnos contra las creencias, como si fueran lo peor. O pensar que las creencias son solo para los ingenuos, pues todos creemos, no en algo, sino en muchas cosas. Aquí llegamos a una reivindicación de las creencias como algo necesario y que llena el vacío de conocimiento que nos dejan los demás modos que tenemos de conocer.

Entonces, la realidad es mucho más que lo que nuestros limitados modos de conocer nos permiten aprehender. Dado que, hay muchas cosas que no conocemos, las cosas que imaginamos aunque sea poco probables en comparación con lo que conocemos al momento, no tienen porqué ser absolutamente descabelladas. Y no quiere decir que las cosas que desconocemos tengan que ser sobre naturales, pues no conocemos la mayor parte de lo natural o material. Y si existiera lo sobre natural, no hay forma de que podamos acceder a tal conocimiento, por lo que no pasará de la imaginación. De modo que, no tendría ninguna utilidad práctica más que fantasear con ello.

La única recomendación en medio de todo esto es la criticidad que, en este caso, tendrá que ver con mantenerse vigilante de las limitaciones que tiene cualquier tipo de conocimiento y de las interferencias que pueden perturbar a estos. Pues, en definitiva, los humanos somos limitados y no podemos hacer más que aceptar nuestras limitaciones y trabajar en lo que tengamos y queramos hacer a pesar de las mismas.

Una última observación es que es que en nuestro mundo material existen cosas que no son materiales y que no sabemos bien cómo se relacionan con el mundo natural, como los son la consciencia, las ideas, la mente, entre otros. ¿Serán una propiedad emergente? ¿Existirá la dualidad? Esto es otro tema.

miércoles, 22 de agosto de 2018

“La Neurociencia Pondrá Fin a la Psicología”


Pedro M. Fernández y Paola Y. García

Introducción
Iniciamos aclarando que este título en forma categórica busca llamar la atención del lector o lectora, no es nuestra intención aseverar que esto sea cierto. En realidad lo que motiva y guía este artículo es la siguiente interrogante: ¿podrá la Neurociencia poner fin a la Psicología? En lo adelante intentaremos responder este interrogante y, si nos es posible, abrir el debate respecto a este importante tema entre nuestros colegas de la Psicología y de la Neurociencia en el contexto dominicano.

Hay dos falacias que cometemos con mucha frecuencia, incluso los más expertos: asumir que el otro tiene la razón porque es especialista en el área (falacia del experto) y restarle importancia al argumento de alguien basado en sus características personales (falacia ad hominem). Estas dos falacias podrían llevarnos a no considerar dignos de nuestro análisis los argumentos de alguien en un área determinada del conocimiento, porque se asume que no es experto en la misma.

Sin ánimos de explicar aquí la razón de ser de dichas falacias, sólo esperamos que nuestros lectores y lectoras puedan librarse de las mismas y animarse a debatir el tema.

Como el tema que nos convoca es complejo, para su análisis haremos uso de la Psicología, la Neurociencia y la Filosofía de la Ciencia. Analizaremos el objeto de estudio de la Psicología, cómo llega a convertirse en ciencia, las principales corrientes filosóficas que influyen a la Psicología y su relación con la Neurociencia a partir de la década de 1960.

1.     La Psicología como ciencia positiva
Si queremos comprender la Psicología en su estado actual es necesario entenderla como lo que es (o lo que pretende ser), una ciencia positiva. Toda ciencia tiene, entre otras cosas, una conceptualización (que la define) y un objeto de estudio. ¿Cuál es la conceptualización y el objeto de estudio de la Psicología?

-        Conceptualización
Etimológicamente se ha definido la psicología como psyché-logos = estudio del alma. Pero ¿es esta definición correcta? ¿Qué significan psyché y logos? Para comprender el significado de estos términos debemos remontarnos al origen de los mismos. Por ejemplo, ¿cómo entendieron los griegos antiguos la psyché? La primera noticia sobre este término la encontramos en torno al siglo VIII Antes de nuestra Era (A.E.) en la Ilíada y La Odisea. Como afirma Leahey (2005), en ninguna de estas obras la psyché hace referencia a mente o personalidad.

En la antigüedad la psyché era entendida como aliento de vida, pues cuando abandonaba el cuerpo la persona moría. Se entendía que la psyché podía abandonar el cuerpo durante el sueño y viajar, además, se creía que podía sobrevivir a la muerte corporal. Pero para que la psyché pudiera sobrevivir a la muerte corporal se debía hacer un rito funerario y ser enterrado adecuadamente. Dado que estos ritos eran sólo para los guerreros, la psyché de las mujeres, niños, adolescentes y ancianos no sobrevivía a la muerte corporal.

Los griegos antiguos tenían otros términos para referirse a pensamientos, sentimientos y acciones. Cada una de estas estaban localizadas en diferentes lugares del cuerpo. Todas estas eran almas también. En el diafragma se encontraba la frénes, la cual se encargaba de planificar racionalmente la acción. En el corazón estaba el thymós, el cual dirigía las acciones que eran causadas por sentimientos. Y por último estaba el nóus (el pensamiento), éste permitía una percepción y comprensión precisa del mundo.

Para los griegos antiguos estas tres almas eran independientes de la psyché. Por ello, cuando la persona moría la psyché asumía la forma del cuerpo muerto e iba hacia el Hades y no poseía consciencia, movimientos, sentimientos, deseos o pensamientos, ya que la frenés,  el thymós  y el  nóus no sobrevivían a la muerte corporal.

Como puede observarse, en su origen la psyché no poseía las características que hoy le damos a su equivalente en la Psicología, la mente. Es la tradición cristiana la que carga de todas estas características a la psyché o alma. Pero ya esto es tema para una discusión teológica en la que no vamos a entrar en esta ocasión.

Sin embargo, cabe resaltar que el alma adquiere un sinnúmero de características importantes en la historia del Cristianismo, sobre todo a partir de la relectura cristiana del dualismo platónico realizada por Agustín de Hipona. La psyché absorbe todas las funciones (pensamientos, sentimientos, deseos, etc.) de las otras almas griegas. Y queda como un ente externo al cuerpo que se conecta con el cuerpo mediante la glándula pineal, según Descartes (Villareal y Avendaño, 2012). El dualismo mecanicista cartesiano tiene gran importancia posterior para la transición de alma-cuerpo (en términos religiosos) a mente-cuerpo (en psicología).

El lógos también ha evolucionado a lo largo del pensamiento teológico y filosófico, dicha evolución no la tomaremos en consideración para los fines de este artículo. Nos limitaremos a la traducción convencional como: estudio o ciencia.

-        Objeto de estudio
¿Cuál es el objeto de estudio de la Psicología? Si realizamos esta pregunta a cualquier estudiante de Psicología, nos  podría contestar sin muchas dificultades: la mente y la conducta. Pues se nos ha enseñado que la Psicología estudia la conducta humana y animal y los procesos mentales (para algunos sólo en los humanos y para otros también en los animales).

Pero ¿cómo hemos llegado a esta definición? ¿Por qué la conducta? ¿Por qué en humanos y animales? ¿Qué es la mente? ¿Existe la mente? ¿Dónde está? ¿Qué relación tiene con el cuerpo? Cuando entramos a este nivel de cuestionamientos las cosas se vuelven más complicadas.

El inicio de la Psicología como ciencia estuvo fuertemente influenciado por los cambios que se venían dando en el pensamiento científico desde Isaac Newton. “Newton definió su empresa científica como la búsqueda de un pequeño número de leyes matemáticas a partir de las cuales fuera posible deducir las regularidades que se observan en la naturaleza” (Leahey, 2005). Para Newton la ciencia consistía sólo en observar, describir y predecir los fenómenos de la naturaleza.

Los positivistas llevaron esto hasta el extremo, pues para ellos sólo podía ser objeto de estudio de la ciencia aquello que fuera susceptible de observación directa, cosas concretas. Para los positivistas la ciencia debía ocuparse de la descripción de los fenómenos antes que de la explicación. Esto pudo deberse sobre todo al miedo que tenían los ilustrados a recaer en la metafísica si se adentraban en la explicación fenomenológica.

“Comte creía que el éxito de la ciencia hacía aconsejable que otras empresas humanas adoptaran su metodología” (Leahey, 2005). Exactamente el deseo de tener éxito como ciencia lleva a la Psicología en sus inicios a que adopte el Método Científico Natural (MCN) y la filosofía positivista (Martín-Baró, 2006). Así, como veremos más adelante, se pasa de una psicología filosófica a una psicología fisiológica, apegándose al naturalismo biologicista.

Cuando Wilhelm Wundt (1879) da inicio a la Psicología como ciencia, proclama la relación entre psicología y fisiología. Esto no tuvo mucho éxito a inicios del siglo XX, pues la psicofisiología y la psicobiología no trascendieron en ese momento por la gran influencia de las corrientes Psicodinámica y Conductista. Ya que la primera llegó a rechazar la base biológica de la mente, mientras que la segunda (sobre todo con Skinner) rechazó la existencia de procesos mentales (Kandel, 1998). Sin embargo, la historia cambia a partir de la década de 1960 cuando estas sirven de base a la naciente Neurociencia.

Wundt inició su empresa tratando de comprender los elemento que conformaban la conciencia. Influenciado por el atomismo entendía que si podía constatar los elementos básicos de la mente, desde ahí podría reconstruir su totalidad. Este pensamiento fue rebatido posteriormente por la Gestalt, la cual planteaba que el fenómeno global trascendía la suma de las partes.

Dicho esto, no podemos precisar si este casamiento de la Psicología con el MCN ayudó a la comprensión de lo que es la mente o nos alejó de la misma. Todo el panorama del siglo XIX complica las cosas para la mente. Dado que la misma no es susceptible de observación directa, cae más en el ámbito de la metafísica que de la ciencia positiva.

Pese a ello, algunos, como la corriente Psicodinámica, dieron por sentado la existencia de la mente como un ente diferente al cuerpo (retomando el dualismo) y trataron de describir su estructura y funcionamiento. Postura que encontró oposición en el materialismo positivista del Conductismo, para el cual la mente no existía. De ahí que lo único digno de ser estudiado por la Psicología como ciencia fuera la conducta observable.

Un cambio importante a esta visión la trae la teoría del Procesamiento de la Información y la Psicología cognitiva, las cuales equiparando el cerebro a una computadora, nos dicen que la mente no es más que el resultado del funcionamiento cerebral, retomando el reduccionismo materialista.

Desde aquí tiene sentido que la Psicología tenga como objeto de estudio tanto la conducta como los procesos mentales. Es una forma de quedar bien con todo el mundo, de que todos se sientan representados. Pues, para un conductista no podemos decir nada del individuo que no sea lo que observamos, de ahí que deberíamos centrarnos en estudiar la conducta. Para un cognitivista la conducta sólo puede ser explicada desde los procesos cognitivos, por lo que deberíamos centrarnos en comprender dichos procesos. ¿Y qué de la mente? Se fue de vacaciones junta con el alma. Pero la seguimos invocando para las dimensiones de la conciencia que aún no entendemos.

2.     Origen filosófico del pensamiento psicológico
En los albores de la filosofía hubo, entre otros, tres temas, los cuales sellaron una relación perpetua entre filósofos y psicólogos, a saber: 1) la naturaleza del cosmos, 2) la permanencia y el cambio y 3) el conocimiento del cosmos. En otras palabras, ¿de qué está compuesto el cosmos? ¿El universo es cambiante o estático? ¿Cómo podemos conocer los fenómenos de la naturaleza?

a)     ¿De qué está compuesto el cosmos?
Esta pregunta representa un paso importante en la evolución del pensamiento humano, pues con ella se pasaba de las explicaciones mitológicas del pensamiento mágico de la realidad a una explicación naturalista que da inicio al pensamiento filosófico. En otras palabras, los fenómenos de la naturaleza dejaban de ser consecuencias del estado de ánimo de los dioses, para pasar a tener causas naturales.

El primero que se apartó de las explicaciones religiosas fue Tales de Mileto, el cual propone que toda la realidad está compuesta por un único elemento. Según Leahey (2005), esta tradición iniciada por Tales se conoce como la tradición de la física, ya que la palabra griega para referirse a un único elemento del cual provenían todas las cosas es fýsis. Para Tales ese elemento único era el agua.

Más adelante, con Leucipo de Mileto y Demócrito de Abdera, nos encontramos con que los elementos básicos de la naturaleza son átomos. Esto sirve de base para la explicación materialista, elementarista y determinista de la realidad.

De este modo, dado que todos los fenómenos son naturales y que toda la naturaleza está compuesta de materia y no de otra cosa, toda explicación de cualquier fenómeno debe ser explicado desde una perspectiva naturalista, materialista y monista.

Si observamos el inicio de la Psicología como ciencia, nos damos cuenta de que esta se aparta de las explicaciones metafísicas hacia la explicación naturalista. Como vimos anteriormente, la Psicología en sus inicios adoptó el MCN, la filosofía positivista y la explicación fisiológica de los fenómenos mentales. Así tenemos la psicofisiología y la psicobiología en los inicios de la Psicología como ciencia.

El Conductismo es la máxima expresión de estas corrientes filosóficas. El mismo es naturalista, materialista, positivista y monista. Para este sólo existe la materia y no existe la mente, ya que no es materia, lo cual no permite observación directa ni obtener evidencia empírica de su existencia.

b)     ¿El universo es cambiante o estático?
La segunda pregunta importante que se realizaron los filósofos fue si existía el movimiento o si todo permanecía estático ¿existe el cambio o no? En este punto se inicia con dos posturas opuestas. Para Heráclito de Éfeso todo cambia, todo está en movimiento. Sin embargo, para Parménides de Elea todo permanece estático.

Las consecuencias de estas dos posturas son muy diversas. Si todo está estático entonces el cambio es sólo una ilusión, imagen o apariencia de la realidad. Por consiguiente nos engañan nuestros sentidos y los mismos no serían pertinentes para conocer la realidad. Por otro lado, si la permanencia no existe, entonces las cosas no tienen esencia inmutable, nada sustenta la realidad, no existe un alma, ni tampoco las verdades absolutas.

Dicho esto, si todo permanece estático y el movimiento es sólo una ilusión perceptual, entonces no deberíamos confiarnos de las experiencias, sino de la razón. Pero si el cambio es real y no existe la permanencia, entonces deberíamos fiarnos más de la experiencia que de nuestros razonamientos.

Estas ideas han repercutido en la Psicología como ciencia. La idea inicial de la Psicología como el estudio del alma, luego de la mente, lleva a preguntarse si la naturaleza de la mente ¿es un ente diferente al cuerpo? ¿Es inmutable o cambiante? ¿Deberíamos hablar de mente? Esta escapa de nuestra experiencia sensible.

A finales del siglo XIX el positivismo y el realismo tendrían dos posturas opuestas respecto de la mente. Para los positivistas si la psicología estudia la mente, no debería ser considerada como ciencia, dado que la mente no es susceptible de la experiencia sensible. En cambio, el realismo acepta la existencia de fenómenos no observable si a través de ellos se pueden explicar algunos fenómenos de la realidad observable. Así que asume la existencia de la mente para explicar la conducta humana.

La cuestión de la naturaleza de la mente se discute entre materialistas y dualistas. Pues desde la perspectiva del materialismo la mente no es algo diferente al cuerpo, sino, como hemos dicho, resultado del funcionamiento cerebral, esta postura es asumida por la neurofisiología de la mente. El pensamiento dualista tiene menos peso en la actualidad. Esto también tiene muchas implicaciones para la Psicología actual. Pues si todo puede reducirse a la fisiología cerebral, entonces, la Neurofisiología podría asumir el papel de la Psicología.

c)     ¿Cómo podemos conocer los fenómenos de la naturaleza?
De los pensamientos de Heráclito y Parménides se desprenden dos corrientes: empirismo y racionalismo; además, todo un estudio profundo sobre los sentidos iniciados con Alcmeón de Crotona y Empédocles de Agriento. Estos dos estudiaron el sistema sensorial y nervioso y rechazaron la idea de la permanencia de Parménides. Para ellos, los sentidos sí eran las vías válidas para alcanzar el conocimiento, sentando las bases del empirismo.

Por su parte, Platón diferencia el conocimiento sensible del conocimiento inteligible, el conocimiento de los sentidos y el conocimiento de la razón, dándole más peso al conocimiento de la razón, así sienta las bases del racionalismo.

Dentro de la Psicología encontramos la expresión del empirismo en el Conductismo, mientras que el racionalismo lo encontramos en el Cognitivismo. Las implicaciones de estas corrientes filosóficas en el pensamiento psicológico son muy variadas. Por ejemplo, ¿podemos fiarnos de lo que nos informan nuestros sentidos? ¿Somos realmente racionales? ¿Existe el libre albedrío? La corriente psicodinámica se preguntaba esto último.

En resumen, en la Psicología tenemos posturas materialistas e idealistas, empiristas y racionalistas, relativistas y deterministas, monistas y dualistas, positivistas y realistas, atomistas y holísticas, entre otras.

Ahora, ¿cuáles corrientes y doctrinas filosóficas tienen más peso en la actualidad para la Psicología? ¿Por qué? En lo adelante veremos que algunas corrientes filosóficas son las que priman en la investigación científica y las implicaciones para el futuro de la Psicología.

3.     Neurociencia y Psicología: ¿El fin de la Psicología?
Comprender la relación actual entre Psicología y Neurociencia, implica conocer el surgimiento y evolución de la Neurociencia y cómo esta ha ido abordando ciertas áreas del conocimiento. Veremos algunas causas e implicaciones de esta relación, así como sus ventajas y desventajas.

Ya hemos dicho que en el siglo XIX el inicio de la Psicología como ciencia se da pasando de la relación psicología-filosofía a la relación psicología-fisiología. Al ser un enfoque psicofisiológico estaba sustentado en el materialismo empirista y positivista. Sin embargo, dado el hecho de que en aquel momento no existía la tecnología para obtener evidencia empírica, la psicofisiología y la psicobiología no tuvieron mucho éxito.

Dicho esto, ¿cómo llegamos al auge actual de los estudios sobre el cerebro? Para ello deberíamos explicar un conjunto de factores que estuvieron involucrados. Sin embargo, vamos a centrarnos en algunos aspectos puntuales.

En el año 1962, Frank O. Schmitt estableció en el Massachusetts Institute of Technology (MIT) el Neurosciences Research Program (NRP), al que atrajo a científicos de muy diversas áreas, con el objetivo de explotar al máximo los abordajes clásicos de la fisiología y la conducta y combinarlos con la potencia técnica y conceptual de la física, la química y la biología molecular; para, de esta manera, realizar avances revolucionarios en la comprensión de la mente humana (Avendaño, 2002).

 

Para el año 1967, Stephen Kuffler crea el primer Departamento multidisciplinar de Neurociencia (específicamente de Neurobiología) en la Universidad de Harvard. Y en 1969, por iniciativa de un pequeño grupo de investigadores, encabezados por Ralph Gerard (quien introdujo el término Neurociencia, en singular), es creada la Society for Neuroscience (Jones, 2000).

 

Los tres eventos antes citados son los que dan origen a la Neurociencia moderna. Cabe resaltar, como señala Avendaño, que “antes de 1970 no se podían encontrar más de 6 revistas no clínicas de investigación del sistema nervioso. Hoy el Institute for Scientific Information de Filadelfia recoge 200 bajo el epígrafe de Neurociencias” (Avendaño, 2012).

 

Por otro lado, en contraste con aquel pequeño grupo de investigadores que en 1969 formaron la Society for Neuroscience, hoy la misma cuenta con alrededor de 40,000 investigadores, los cuales se reúnen cada dos años para presentar los avances de la Neurociencia. Nótese que sólo estamos hablando en el ámbito estadounidense.

 

Como se comprenderá, ante tal auge de la Neurociencia (sobre todo a partir de 1990, cuando se declara la “Era del Cerebro”), muchos se han montado en el barco reduccionista que intenta explicar todo lo relacionado con el ser humano a partir de la interacción neuronal, y desde un enfoque correlacional. La Psicología no ha sido la excepción.

 

Esto tiene diversas implicaciones para la Psicología como ciencia. Dado que la Psicología estudia la conducta humana y lo que produce y dirige dicha conducta (la mente), y la Neurociencia también trata de explicar todo lo que hacen las personas desde los correlatos neuronales, entonces surge la cuestión de que si la Neurociencia cognitiva y la Neurofisiología explican lo mismo y con mayor profundidad y con datos empíricos, podemos prescindir de la Psicología. De hecho, Churchland, desde una visión eliminacionista, plantea que “la neurociencia es una simple versión mejorada de la psicología popular y que ésta no es más que futura neurociencia en espera” (Gaffan, 1997).

 

Aquí podemos observar como desde los inicios del auge de la Neurociencia, se ha venido planteando la idea de que la Neurociencia sustituya a la Psicología. Ahora bien, ¿podra ser esto posible? Igual que el Conductismo, la Neurociencia puede explicar la conducta observable sin muchas dificultades, pero ¿puede en realidad explicar la mente? He aquí el talón de Aquiles para la ciencia positiva en relación con la Psicología.

 

Ante esta situación es necesario volver a preguntarnos ¿existe la mente? Si existe ¿cómo existe y dónde está? ¿Existe como una clase natural? ¿Existe como una ilusión social? ¿Existe como una construcción social? ¿Está en el cerebro, en otra dimensión o en la cultura? Dependiendo de cómo se ha entendido la existencia de la mente ha producido diferentes enfoques en la historia de la Psicología.

 

En este punto es necesario comprender por qué es importante la existencia de la mente. Morris (1972) entiende que el núcleo del individualismo reside en la experiencia psicológica, la cual da el sentido de una distinción clara entre el yo mismo y las otras personas. Además, Morris nos recuerda que en la existencia de la mente hay más en juego que el carácter científico de la Psicología, porque la posesión de una mente está fuertemente vinculada al hecho de ser persona.

 

Como puede observarse, la existencia de una mente es muy importante por lo menos en la cultura occidental. Pues, por ejemplo, en oriente se tiene una visión diferente respecto de la mente. Según el monje budista Nyanatiloka, “el Buda enseña que lo que llamamos yo, ego, alma, personalidad, etc., son términos meramente convencionales que no se refieren a ninguna entidad real independiente (Collins, 1982). Según nos dice Leahey (2005), citando a Collins, “para los budistas, parece que la psicología sea el estudio de una no-cosa, una empresa descabellada” . Esta idea, según Rorty (1979), está en concordancia con lo que postula el constructivismo social moderno al respecto.

 

Ahora, ¿por qué son posible estas diferencias tan marcadas entre visiones de la mente de una cultura a otra? Esto es posible si entendemos la mente como una ilusión social, en el sentido de los dioses griegos, los cuales no existían de forma natural, ni como artefactos construidos por los humanos, sino como ilusiones socialmente construidas. Si es así, como afirma Leahey (2005), entonces la historia de la mente que contamos en Occidente puede ser diferente a la que cuentan en otras culturas.

 

Por otro lado, ¿existe la mente como una clase natural? Una molécula es una clase natural y puede ser estudiada como tal. Si ese fuera el caso de la mente, entonces pudiera estudiarse desde las ciencias positivas como se estudia una molécula, pero no parece ser este su caso. Aún así, los neurocientíficos han ido al cerebro a encontrar la mente o por lo menos sus mecanismos. Pero aún no pueden mostrarnos un pensamiento, un recuerdo o la atención. Cuando un neurocientífico dice que puede ver los pensamientos o recuerdos en vivo (cuando está ocurriendo), en realidad lo que quiere decir es que puede observar las áreas que se activan en el cerebro cuando pensamos o recordamos algo.

 

La Neurociencia se enfoca en la correlación y, de ello, algunos infieren explicaciones causales. Sin embargo, parece que los correlatos neuronales y la Psicología nos cuentan dos versiones de un mismo fenómeno, por lo cual parece poco plausible que la Neurociencia Cognitiva o la Neurofisiología pueda eliminar a la Psicología. A lo mucho podría inclinarla temporalmente a sus explicaciones (en muchos casos lo está haciendo), por causa del imperialismo cientista. Pues como pensaba Kuhn, la ciencia no es totalmente aséptica, sino que también la influencian intereses de las comunidades de científicos que se circunscriben a un paradigma en un momento determinado.

 

Por último, ¿existe la mente como una construcción social? Esta es una de las cuestionantes que nos plantea el filósofo alemán Bruno Snell. De ser así tiene diversas implicaciones. Para muchos, esto descarta la posibilidad de que la mente sea un objeto legítimo de estudio de la ciencia. Sin embargo, como afirma Searle (1995), el hecho de ser una construcción social no supone que no pueda ser objeto de estudio de la ciencia. Pues, por ejemplo el dinero es también una construcción social y nadie niega que pueda ser un objeto legítimo de estudio científico.

 

No parece ser tan descabellado el hecho de que la mente exista en la cultura. Tomemos en consideración la siguiente analogía. Supongamos que estoy en un salón muy grande y en mi celular reproduzco una canción; para que el sonido se escuche en todo el salón, conecto vía bluetooth el celular a un amplificador el cual está conectado a una bocina (altoparlante). Alguien que desconoce cómo funciona la conexión inalámbrica, intenta comprender cómo el sonido es producido. Estudia la bocina y el amplificador y se da cuenta de que están conectados. Luego observa que el audio está relacionado con determinados circuitos del amplificador. Dada esa correlación, podría asumir que el audio es producido por esos circuitos en el amplificador, porque además observa que si se dañan dichos circuitos el audio no se reproduce. Esto podría llevarle a reducir toda la reproducción de sonidos al funcionamiento de los circuitos del amplificador. La Neurofisiología podría caer en este reduccionismo equivocado.

 

Dicho esto, si la mente sólo existe en la cultura, de poco sirve buscarla en los correlatos neuronales y, mucho menos, será fácil que la Neurociencia pueda poner fin a la Psicología.


Referencias
Avendaño, C. (2002). Neurociencia, neurología, y psiquiatría: Un encuentro inevitable. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, no.83, versión On-line ISSN 2340-2733.
Churchland, P. (1991). Our brains, ourselves: refections on neuroethical questions, en Bioscience and Society, Roy, D. Wynne,B. Old, R (eds), Wiley&Sons, New York.
Collins, S. (1982). Selfless persons: Imagery and thought in Theravada Buddhism. Cambridge, England: Cambridge University Press.
Gaffan, D. (1997). Review of the mind-brain continuum. Trends in Cognitive Sciences I, 194.
Jones, E. G. (2000). Neuroscience in the modern era, SfN Newsletter, 31:10-11.
Kandel, E. R. (1998). A new intellectual framework for psychiatry, American Journal of Psychiatry, 155:457-469.
Kuhn, T. S. (1970). La estructura de las revoluciones científicas. México. Fondo de Cultura Económica.
Leahey, T. H. (2005). Historia de la Psicología (6ta ed). Madrid, España. Pearson Prentice.
Martín-Baró, I. (2006). Hacia una psicología de la liberación. Psicología sin Fronteras, Revista electrónica de intervención psicosocial y psicología comunitaria. Vol. 1, No. 2.
Morris, C. (1972). The discovery of the individual 1050-1200. New York. Harper Torchbooks.
Reale, G., Antiseri, D. (1995). Historia del pensamiento filosófico y científico: Antigüedad y Edad Media (Tomo I). Barcelona, España. Editorial Herder.
Rorty, R. (1979). La filosofía y el espejo de la naturaleza. Madrid. Ediciones Cátedra.
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Searle, J. (1995). La construcción de la realidad social. Barcelona. Paidós.
Villareal, M. y Avendaño, A. (2012). Historia de la Psicología. México. Red Tercer Milenio.

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