jueves, 21 de julio de 2011

EL AMOR CUBRIRA MULTITUD DE PECADOS


Por: Pedro Miguel Fernández Hernández
 
En una ocasión escuché a una persona preguntando ¿Quién puso este objeto aquí? El objeto había sido dejado en un lugar en el que estaba prohibido dejar ese tipo de objeto. La persona que preguntaba era la persona encargada de hacer cumplir la norma. De manera que lo que estaba haciendo era lo normal. Lo que llamó mi atención fue su actitud. Pues, hasta donde tenía entendido una prohibición viene a corregir o prevenir un mal que pudiera afectar al individuo o la colectividad. De ser así, la actitud más correcta es extirpar al mal, para que no haga daño a alguien. Es decir, lo primero debió ser quitar el objeto del lugar en que no debía estar y luego investigar; si es verdad que era dañino el hecho de que dicho objeto estuviera en aquel lugar. Pero la persona encargada de guardar el orden lo único que hizo fue continuar preguntando durante unos días ¿quién puso este objeto aquí?  Sin eliminar el problema, hasta que un buen samaritano (quizás el mismo que dejó el objeto) lo quitó de aquel lugar. Si hubiera sido una bomba atómica todos estuvieran muertos.
 
Este suceso, junto con muchos otros similares, me han llevado a diversos cuestionamientos: ¿Cuál es la función de una norma? ¿Cuál debería ser el accionar de quienes guardan el orden? ¿Por cuáles causas la gente infringe una norma?
 
¿Cuál es la función de una norma? Lo ideal sería que las leyes contribuyan a mantener, en todos los sentidos, el bienestar y la armonía integral del individuo y de la colectividad humana. Desde este punto de vista, todas las leyes serían buenas. Pero se da el caso de que en la práctica pareciera que las leyes han sido impuestas para mostrar la falibilidad humana. Es decir, que las leyes sólo sirven para acusar y condenar a los seres humanos por sus errores. Como todo humano se equivoca en algún momento, las normas vienen a ser una realidad hostil a la existencia humana.
 
¿Cuál debería ser el accionar de quienes guardan el orden? Lo interesante es que, la mayoría de, quienes están puestos para guardar el orden, hacen cualquier cosa menos eso. No son guardianes del orden, sino detectores de los defectos humanos, en tanto que encubren los propios tras su posición. Así, como los hipócritas escribas y fariseos, que cuelan el mosquito ajeno y se tragan el camello propio (Mt 23.24).
 
¿Por cuáles causas la gente infringe una norma? El transgresor de nuestra historia, pudo haber dejado el objeto por olvido o adrede. ¿Por qué lo hizo? No lo sabemos. El caso es que ni en la sociedad ni en la religión se recluta al transgresor para sanarlo, sino para cumplir la patética ley de privar al transgresor de ciertas libertades. Por ejemplo, la sociedad manda la gente a la cárcel, lugar donde se mutila y aliena al ser humano, por eso la mayoría de los que salen, vuelven peor. En la iglesia se le pone una disciplina a la persona, que consiste en privarle de ejercer ciertas actividades. Yo pregunto ¿cuándo la exclusión o la marginación ha cambiado a la gente? Algunos dirán: hay gente que ha cambiado, es cierto. Pero es muy cierto también, que casos aislados no pueden juzgar por la generalidad.
 

La gente parece haber olvidado las primitivas instrucciones cristianas:Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Ef 4.32). Todos somos imperfectos y estamos proclives a fallar. ¿Por qué seguir mirando la paja en el ojo ajeno y no miramos la viga que hay en nuestro ojo (Mt 7.3)? ¡Qué bien seria todo si el amor de Dios estuviera en el ser humano! Como dice 1 Pedro 4.8: “Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados”. Cubrir los pecados no implica justificar los errores de los demás, sino, sabiendo que nosotros también erramos, corregir la falta ajena en vez de utilizarla como instrumento de acusación, y restaurar a quien falla en vez de condenarle. ¿Usted qué hará?

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