Por: Pedro M.
Fernández
Recientemente
observamos el auge que tiene el “Trap” (para los más conservadores esto no es
música, para la juventud que lo consume sí lo es; algunos expertos de música
urbana lo consideran un género, mientras que otros lo consideran un subgénero
del Rap). Sea lo que sea, no es eso lo que quiero analizar en este artículo,
sino otros aspectos que explicaré a continuación.
Pero antes es
necesario realizar algunas aclaraciones: 1) este análisis se realiza desde una
perspectiva crítica, sin apegos a creencias; 2) si usted es muy moralista
posiblemente me juzgue por algunos de los planteamientos que haré; 3) espero
que si lo desean realicen sus críticas a mi análisis, no un juicio de valor a
mi persona por el análisis que hago.
Me llama la
atención el Trap porque dentro de los géneros urbanos, en los últimos años,
este está teniendo un gran auge a nivel de muchos países del mundo, a pesar de
que, por lo menos en Latinoamérica (que es lo que conozco), la mayoría de los
cantantes del género, en el mayor de los casos, promueven el consumo de drogas;
exaltan el tráfico de drogas como un medio aceptable para hacerse rico;
enaltecen la infidelidad, la prostitución, tener sexo con la pareja del otro, realizar
orgías; declaran ser violentos, asesinos, que violan las leyes y no hay forma
de que vayan preso, entre otros aspectos. Además, lo que muestran los videos.
Es evidente que
todo esto es opuesto a lo que las personas entienden como ético. Es probable
que si aplicamos un cuestionario para preguntar a las personas sobre si están
de acuerdo con estas conductas, la respuesta sea “NO”.
Siendo así las
cosas surgen muchas preguntas: ¿será que la gente no es ética (no actúa de
acuerdo a lo que cree)? ¿Será que la sociedad está construyendo nuevos valores
que promueven cosas que los anteriores no aceptaban? ¿Si la gente no está de
acuerdo con el contenido, por qué escucha la música y la canta y la baila? ¿Qué
sucede en el cerebro de las personas para que esto sea así?
En Neurociencia
Social sabemos que existe una estrecha relación entre cerebro y ambiente: la
interacción con el ambiente moldea la estructura cerebral y el ambiente es
modificado por el cerebro. En este mismo tenor podemos decir que la música es
producto de un contexto socio-cultural y una vez producida repercute en el
contexto que la produjo y en otros.
Lo dicho se
relaciona con la pregunta de si es la música la que está dañando a la sociedad
o si es una sociedad dañada la que produce música dañada que, a su vez, la dañan
aún más. En el primer caso, nuestro objetivo es la música y los cantantes; en
el segundo caso nuestro objetivo es la sociedad.
Luego viene la
cuestión de género y contenido. El conservador condena al género por el
contenido y al contenido por el género: el contenido está mal y todo el género
lo es, lo que hace que el género sea mal y, con ello, todo su contenido. Pero lo
que parecer ser es que el género es un elemento neutro, y es el contenido el
que puede llevar un mensaje para bien o para mal. Si es así, entonces lo
necesario es cambiar el contenido.
Ahora, hay dos
preguntas importantes ¿por qué los cantantes producen estos contenidos? ¿Por
qué la gente consume y parece disfrutar este contenido?
Responder a esto
no es cosa fácil por todo lo que implica. Parece ser que estos cantantes están,
por un lado, poniendo de manifiesto cuál es su experiencia de vida o la
experiencia de vida de los jóvenes (sobre todo) en los sectores marginados;
mientras que por otro, promueven una escala de valores que parecen surgir de una
visión fatalista de la realidad social.
Sin embargo,
ningún artista vende si nadie compra su producto y si la gente compra algo es
porque encuentra algún valor en aquello que adquiere. Y si además parece
disfrutarlo, entonces es más complejo aún. En este punto nos preguntamos ¿qué nos
dicen las neurociencias al respecto?
“De acuerdo con Gaver (1987), la música existe como
una interacción entre un sonido estructurado y una mente que lo comprende” (Matute, 2012). Además, agrega Matute “…la música es un estímulo físico con una
resonancia psicobiológica”.
Estudios
realizados por Gagnon y Pérez (2003) muestran que un tiempo rápido activa
nuestro cerebro, mientras que un tiempo lento es tranquilizante. Además, que
la intensidad del estímulo musical puede modular el efecto emocional que causa
una determinada melodía. Otros autores como Menon y Levitin (2005) han
encontrado que la música rápida, sobre todo en tonos mayores, activan en el
cerebro sensaciones de recompensa del
mismo modo que lo hace el sexo.
Cabe destacar
que la actividad musical produce cambios en nuestro cerebro y activa vías
motoras de manera automática, por lo que podemos estar moviéndonos o tarareando
una canción sin ser conscientes de ello.
También debemos
decir que no se han hecho experimentos con rap o trap, pero sí con rock, por lo
que podemos extrapolar los resultados. Por otro lado, todavía no se tiene muy
claro la repercusión de la música sobre las funciones cognitivas.
Pero de lo
anterior podemos concluir algunas cosas: que el Trap activa nuestro cerebro,
sobre todo centros de recompensa cerebral en áreas primitivas de nuestro
cerebro, y cómo estas áreas tienen mucha influencia sobre la corteza prefrontal,
pueden incidir en nuestros razonamientos y juicios. Lo cual explica, aunque no
justifique, que las personas escuchen la música y la canten aunque cuando se
les pregunte sobre los valores que promueve dicha música, confiesen no estar de
acuerdo.
Por otro lado,
también hay que destacar que dicha activación puede favorecer ciertos
comportamientos, sobre todo los que son promovidos por la música, aunque en
este punto los estudios no son concluyentes. Pero en mentes acríticas, pudiera
ser plausible. Sobre todo si la persona toma al cantante como modelo a seguir y
entiende que lo que el cantante promueve en su canción es lo que realmente
quiere hacer.
Como verán este
tema no se agota aquí, es necesario continuar profundizando al respecto en la
medida en que vayamos teniendo nuevas evidencias a través de la Neurociencia.
Referencias:
Gagnon, L. y Pérez, I. (2003). Mode and tempo
relative contributions to “happy-sad” judgements in equitone melodies. Cognition and Emocion, 17 (1).
Menon, V. y Levitin, D. J. (2005). The rewards of
music listening: Response and psysiological connectivity of the mesolimbic
system. Neuroimage, 28.
Matute, E. (2012).
Tendencias actuales de las Neurociencias Cognitivas. Segunda Edición. Editorial
El Manual Moderno. México.
Buen articulo,salta a la vista, que estimula la mente primitiva,ambos géneros si se le puede llamar decadente.
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