Por: Pedro Miguel Fernández
A propósito de que estamos en el Mes de Familia, digamos algunas cosas al
respecto. La familia como órgano social y como institución divina, según la
creencia religiosa, está pasando por momentos críticos. Dicha crisis se ve
reflejada en la degradación, la desintegración, la disfuncionalidad, entre
otros de la misma. Las causas son diversas y complejas, las consecuencias son
devastadoras en diversas direcciones dentro del ámbito de las relaciones
sociales e interpersonales.
¿Qué se puede hacer? Las respuestas son muchas, las acciones son escasas;
las buenas intenciones se sobran, el compromiso y el accionar coherente y
consecuente están en peligro de extinción. Quizás hemos llegado a un momento
culmen en el que necesitamos redefinir y redimensionar la familia, a la luz del
contexto actual.
Al parecer, la estructura tradicional de la familia ha caducado y estamos
en la necesidad de nuevos modelos familiares que respondan a la contemporaneidad.
Para los grupos más conservadores es horroroso el solo hecho de pensar tal
cosa; para los grupos más liberales esto representa un reto a enfrentar.
Frente a la situación a la que estamos asistiendo en la actualidad en lo
que concierne a la familia, surgen dos preguntas que, a mi juicio, sería
pertinente tomar en consideración: ¿Queremos salvar la familia como institución?
¿O queremos mejorar las relaciones familiares? Salvar la institución familiar
implica proteger la estructura familiar tradicional, lo cual no lleva
necesariamente a que lo segundo sea posible; pues no se está enfocado en el ser
humano como tal, sino en una estructura social, creada por un conjunto de
valores, creencias, prejuicios, entre otros, que dicho sea de paso, no todos
responden a las exigencias actuales de nuestra sociedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario