Por: Pedro M. Fernández
Al abordar estos conceptos, considero pertinente
hacerlo desde su más hondo sentido religioso; comprendiendo lo religioso en su
sentido primigenio (pre-institucional), como la experiencia de relación entre
el ser humano y lo divino, o lo que es lo mismo, como experiencia espiritual.
En este contexto el ser humano se dirige hacia Dios
en relación libre y gratuita. En dicha relación el obrar divino a favor del ser
humano con la consecuente capacitación del ser humano para comprender dicho
obrar como una acción divina es la revelación. Pues si bien es cierto que revelar
tiene que ver con quitar el velo y mostrar la realidad que está detrás, no
menos ciertos es que el espectador tiene que tener los ojos abiertos para poder
ver.
La revelación de Dios para ser comprendida, debe
partir de comprender la naturaleza intrínseca de Dios, lo cual es muy complejo.
Pero podemos decir someramente que Dios se abre al ser humano, por medio de su
obra a favor de este. Y los seres humanos que tienen los ojos espirituales
abiertos logran ver la revelación de Dios. En este primer momento, la
revelación es sólo experiencia sin más.
Luego de un proceso de creación mental, se
racionaliza la experiencia y se crean dogmas para fijar aquello en lo que se
cree. Pero se da el caso de que un grupo de seres humanos no puede captar toda
la revelación de Dios, porque están limitados por su posicionalidad espacial,
temporal y cosmovisiva. De aquí que sólo pueden tomar como base de su fe, la
parte de la revelación de Dios que le ha sido desvelada en su experiencia.
Por cuestiones de intereses se hace necesario tener
el control de lo que se cree, para mantener un ritmo fijo de fe, el ser humano
canoniza (determina los límites de la revelación que van a regir a un grupo de
fe). Pero sucede que la revelación divina trasciende y desborda la canonización
humana.
La canonización da gran valor a la revelación
contenida ante los que siguen dicha revelación, pero no es cierto que tal
revelación sea mayor que la otra, pues Dios es el mismo. Y el canon no puede
detenerlo para que no se revele más.
La revelación inicial canonizada sirve como
referente de juicio de la nueva revelación, pues como de una fuente no puede
salir agua dulce y amarga simultáneamente, es lógico que la revelación
post-canónica tenga que tener coherencia con la canónica, si viene del mismo
Dios.
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