Desde los albores de la filosofía griega (tomando como ejemplo el
pensamiento occidental) nos hemos percatado de la diversidad de la naturaleza.
Como decimos popularmente, ni aún los dedos de una misma mano son iguales,
aunque todos son dedos y aunque pertenezcan a la misma mano. Este ejemplo
implica una relación bidireccional en la cual no es fácil discernir quién
depende de quién, a saber: en la diversidad existen elementos unificadores o en
la homogeneidad existen elementos diferentes. El punto de partida de estas dos
direcciones dependerá del punto de vista del intérprete, sea que piense que la
homogeneidad es la regla o que lo es la diversidad. La realidad es que cada uno
de estos puntos de partida tendrán consecuencias diferentes sobre la
interpretación de la realidad.
Fenomenológicamente podemos observar que la naturaleza es variada,
existen diferencias entre las especies y dentro de la especie; lo cual es
lógico, porque cada especie es diferente a la otra y porque una misma especie
está compuesta por individuos que tienen sus especificidades. Aunque desde otro
punto de vista podría decirse que dentro de la especie existe homogeneidad
y algunas desviaciones, las cuales, dicho sea de paso, deberían ajustarse a la
norma. Desde el punto de vista de la homogeneidad
sería pertinente preguntarse si la homogeneidad es global o si es de
características particulares.
Desde el punto de vista de la Psicología, específicamente de la
Psicología Diferencial, nos interesa analizar las diferencias y similitudes que
se presentan en los seres humanos, no sólo a nivel morfológico, sino también (y
principalmente), a nivel psicológico. Para los fines, la pregunta clave aquí es
¿en qué somos similares y en qué somo diferentes los humanos?
Para ilustrar volvamos al ejemplo de los dedos. La primera similitud es
semántica, todos son dedos. Luego, los dedos pueden ser de las manos o de los
pies; podrían ser de la mano o pie derecho o izquierdo. Si tomamos los dedos de
la mano izquierda, todos tendrían en común que son dedos de la mano izquierda.
Pero se diferencian en la posición que ocupan, en tamaño, en grosor, en huellas
dactilares, etc.
Los dedos nacen, crecen y se mueren juntos y tienen una posición fija en
un pie o mano específica, y aun así son tan diferentes. ¿Qué pudiéramos decir
del ser humano? Dos niños o niñas nacen y crecen juntos, reciben la misma
educación y comparten con las mismas personas, y luego son tan diferentes el
uno del otro. ¿A qué se debe esto? Parece ser que en la interacción cerebro-ambiente
(la experiencia con el ambiente) va moldeando el cableado cerebral dando como
resultado un conectoma único en cada individuo (persona).
Observando esto, pareciera ser, sin ánimos de categorizar, que el ser
humano es diverso y en dicha diversidad existen rasgos comunes a los que se les
da un valor principal al punto de indentificar con ellos a un grupo e
invisibilizar otras diferencias y similitudes. Esta sería la base de los
estereotipos sociales.
Ahora, si esto es así, ¿por qué es así y qué implicaciones tiene a nivel
psicosocial? Los estereotipos, igual que las taxonomías parecen contribuir a
una economía de la percepción, pues clasificar la realidad por características
comunes hace más fácil el conocimiento de la misma. Pero esta misma realidad,
a nivel psicosocial, puede servir para sustentar prejuicios y sesgos
atribucionales a la hora de emitir un juicio, pues haciendo uso de la
heurística de disponibilidad nuestros procesos de pensamientos toman como base
la información próxima a la consciencia respecto a un grupo particular. En una
mente acrítica esto puede sustentar el sesgo. Ejemplo de ello son las
generalizaciones (todos los hombres son iguales de infieles…) y los
sentimientos, pensamientos y cambios conductuales que se producen en torno al
objeto de la generalización. De hecho,
todo esto sustenta expectativas y relaciones causales injustificadas.
Existen diferencias entre personas y dentro de la persona, pero también
entre los grupos y dentro del grupo. Además, existen similitudes en estas
dimensiones. La variabilidad y el cambio sustentan dichas diferencias. Porque
la persona va cambiando en la medida en que crece y se desarrolla, por lo cual
es diferente de un momento a otro de su vida en cuanto a su forma de ser, sus
capacidades y sus intereses, por ejemplo. Asimismo, la forma de ser, las
capacidades y los intereses diferencian a una persona de otra y agrupan a unas
personas con otras, porque pueden compartir ciertas características,
capacidades o intereses comunes.
El peligro con todo esto es que en la construcción de estereotipos se
sobrevaloran ciertas características como si fueran la identidad global de la
persona y se juzga su totalidad en torno a dicha característica que le
identifica como parte de un grupo. Pero esto tiene dos implicaciones más. Estas
dos implicaciones se corresponden con los puntos de partida de los que hablamos
al principio: la homogeneidad y la heterogeneidad.
Si se entiende que los seres humanos son homogéneos, probablemente se apoyará el
principio de normalidad y todo lo que no entra en el rango de normalidad es
anormal, susceptible, por tanto, de satanización, patologización, exclusión,
etc. Y en tal caso, necesitado de exorcizar, medicalizar o restaurar para que
pueda ser parte del grupo de los “normales” o de los “salvados”. Todos deben
encajar con el promedio (norma), lo demás está mal.
Si se parte de que los seres humanos son diferentes y se sobre valoran
ciertas diferencias, se podría llegar a pensar que ciertos seres humanos son superiores a otros por sus características personales o por la posición
social que ocupan dentro del grupo, lo cual sustenta diferencias de clases,
exclusión social, discriminación racial, etc. Y todo esto empeora cuando se
entiende que dichas diferencias son biológicas, porque se justifica como
natural ciertos estados de superioridad de unas personas o grupos sobre otros.
Además se pueden sustentar, como hemos dicho, estereotipos y prejuicios
dándoles a ciertas características el grado de globalizadoras de la identidad
de una persona o grupo, porque así la persona pierde su individualidad en el
grupo.
En definitiva, el problema de la diversidad no es la diversidad per se,
sino la percepción social que se tenga de las diferencias, el sistema de valores e
ideologías que en torno a ello se construyan. Y el problema de la ciencia aquí
no son los datos que arroja, sino la interpretación de los mismos.
Como puede observarse, las diferencias y similitudes pueden ser
utilizadas, y de hecho así ha sido en muchos casos, como una forma de
justificar relaciones sociales de subordinación y exclusión de ciertos grupos,
personas o rasgos. Parece ser que en ocasiones hay una tendencia en ciertas
personas o grupos a utilizar cualquier situación para aventajar o desprestigiar a
otros.
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