Por: Pedro Miguel Fernández
Ya hemos dicho anteriormente, que la sexualidad implica un conjunto
de condiciones anatómicas, fisiológicas y psicológico-afectivas. También
hemos afirmado que amamos con tres amores: filia, ágape, eros. Además,
dijimos que la búsqueda del placer en el ser humano es algo natural.
Pues bien, como la sexualidad nos engloba, la misma puede expresarse y
disfrutarse a través de todos los sentidos: tocando, mirando,
olfateando, escuchando, hablando, chupando, besando o imaginando. Desde
aquí, la sexualidad será el conjunto de prácticas y conductas dirigidas a
la búsqueda y al suministro de placer en el ser humano.
Hay quienes dicen un beso en la frente es ternura, en la boca es
amor, etc. Esto es un disparate, pues el significado de un beso no
depende de la parte del cuerpo en que lo des, sino de qué tipo de afecto
(amor) sientas por la personas a quien se lo des; además, del
significado cultural.
El eros (deseo, la pasión) es el amor emocional, el que se siente por
alguien que nos atrae, el que se produce tras el flechazo de Cupido. El
ágape (ternura, generosidad, compasión) es el amor biológico, el que
expresa una madre a su hijo o hija, el que se expresa a las amistades.
Estos amores se expresan a través de todos los sentidos. Aquí, tanto el
lenguaje corporal (gestos y caricias), como verbal (palabras) y los
detalles, sirven como medio para expresar lo que se siente.
El medio fundamental (por excelencia) de expresar afecto o recibir
placer es el contacto físico (las caricias). Porque está más que
demostrado que el contacto físico es básico y fundamental para el
crecimiento y el desarrollo integral del ser humano. Un niño que no
tenga el contacto físico de su padre y madre, tendrá un desarrollo menos
eficiente que otro que sí tenga dicho contacto.
No obstante, nuestra cultura nos educa con tabúes, prejuicios y
creencias mal adaptativas en relación con el contacto físico; por eso,
hemos convertido el lenguaje verbal en el medio principal de expresión
de amor. Se nos ha olvidado que en cuestión de sentimientos y placer, un
abrazo, una mirada o un beso dice más que cien palabras. En nuestra
cultura se alaba la restricción física y se condena el acercamiento
físico – en algunas iglesias es peor (varones y hembra deben estar
separados).
Hemos desarrollado medios alternativos para no tener contacto físico.
Por ejemplo: el beso al aire, en vez de tocar la mejilla con los labios
al saludar, chocamos las dos mejillas y hacemos un ruido extraño con
los labios; el apretón de manos en vez del abrazo, todo por miedo a ser
tildados de inmorales. El problema es que la inmoralidad está en nuestra
cabeza, no en el acto. Todo gracias a nuestra cultura que,
supuestamente enseñándonos buenos modales, lo que ha hecho es pervertir
el contacto físico. Pues ha metido en nuestras cabezas un sinnúmero de
creencias morbosas y obscenas, por eso todo lo veamos con un doble
sentido.
Debemos entender que, dependiendo del tipo de afecto que haya, la
caricia va a adquirir un significado distinto. Si una madre besa en la
boca a su hijo, no quiere decir que lo desee, pues aquí lo que hay es
ternura (ágape), más si fuera la de su marido, entonces sí puede ser un
acto de deseo. Por consiguiente, hay que entender que el contacto físico
varía dependiendo el tipo de afecto que sintamos por la persona. Las
caricias pueden ser una muestra de deseo o de ternura.
La sexualidad está destinada a proporcionar el placer que el ser
humano necesita. La mejor vía de proporcionar dicho placer son las
caricias (el contacto físico). Las caricias pueden provenir del ágape o
del eros, del deseo o de la ternura. El placer es una de las necesidades
fisiológicas del ser humano. Por tanto, el mismo es necesario para el
buen funcionamiento de nuestro cuerpo.
Si limpiamos nuestra mente de toda la basura que nos ha introducido
nuestra cultura de "buenos modales", notaremos que podremos acercarnos
físicamente a la demás personas sin restricciones ni temores. El ser
humano tiene dos tendencias: acariciar y agredir. En nuestro contacto
con otra persona podemos usar nuestras manos para acariciarle o para
agredirle. Nuestra cultura prefiere la agresión antes que la caricia.
Eso es lo que vemos en nuestra sociedad, personas que no recibieron
contacto físico de sus padres y, por consiguiente, no saben acariciar,
pero sí agredir.