Por: Pedro M. Fernández.
Digamos
que la naturaleza intrínseca inherente al amor es de una dimensión externa a la
humana, de manera que, por su naturaleza, el amor perse trasciende al ser humano, este se manifiesta como ternura (ágape).
Ahora
bien, los griegos comprendieron que en las relaciones interhumanas
interactuaban tres tipos de amor: ágape,
fileo y eros. Pero contrario a lo que asumían los griegos, de que existían
tres tipos de amor, mi opinión es que el amor es uno y único, y como dije, es
de una naturaleza diferente a la humana.
El
caso no es que existan tres tipos de amores, sino que en las relaciones
interhumanas, junto al amor (ágape),
interactúan dos realidades más: la filia
(la amistad) y el eros (la pasión). La relación con un amigo o una amiga o
con la familia integraría el ágape y la
filia, es decir, el amor y la amistad. Ahora, en el caso de la relación de
pareja, es la relación más profunda que existe, porque (cuando esta es
adecuada) integra las tres realidades: la amistad, la pasión y el amor.
El
problema radica en que en las relaciones de parejas contemporáneas, en el mayor
de los casos, lo único que hay es pasión y apego. No hay una relación de
amistad, pues irónicamente, la gente comúnmente se une a una o un desconocido,
en vez de unirse con una o un amigo a quien ya conoce mejor. Hay que hacer
notar que hoy muchos terapeutas afirman que las mejores relaciones son las que
empiezan por la amistad, pues, hay menos posibilidad de fingir. ¿Cómo fingir o
aparentar si ya se conocen?
Tampoco
hay amor, pues el amor manifestado como ternura integra un conjunto de valores,
que hoy no vemos en la mayoría de las relaciones de pareja. Esto es una realidad
en los y las jóvenes, en adolescentes esto es fatal, ni saben cómo amar.
A
la pasión se unen la atracción y el deseo, mientras que como consecuencias del
apego llega el sentido de pertenencia, la dependencia, la necesidad, la
obsesión y la ansiedad que, en la mayoría de los casos, degenera en celos,
invasión (violación) del espacio ajeno, coerción de la libertad del otro o la
otra. Hay que aclarar que la pasión, la atracción y el deseo no son negativos
en su justa medida, lo negativo es el apego con todas sus características.
Algunos
dicen no poder amar sin apegos. A esas personas les respondo que el amor y el
apego no son compatibles, así que quien se apega, no ama. Solo puede hacer una
de las dos. Esto es tan sencillo como decir que el amor por su naturaleza es
libertad y el apego es coarta la libertad, cualquier persona se dará cuenta de
que las dos realidades no pueden coexistir simultáneamente.
La
cuestión es que el apego hace que la persona sienta que no puede vivir sin la
otra; que la otra persona es el centro de su vida, es su todo, es lo que más
quiere en el mundo; es su complemento; es la única persona. Así es que el apego
ciega a la persona, para que crea que lo suyo es amor verdadero, eterno, que
tiene que soportar todo a la otra persona, pues a fin de cuentas, fuera de ahí
no hay más gente en el mundo. Como es normal, cualquiera que sienta algo así no
durará de que lo suyo sí es amor verdadero. Pero, cuidado, puede que les estén
facturando.
Quien
aprende el arte de amar, lo primero es que no se apega; no está ciego, sino que
tiene sus ojos bien abierto; respeta la libertad de la otra persona, no
violentando su espacio personal; sabe que no es cierto que esa es la única
persona en el mundo; sabe establecer límites claros; “sabe integrar el amor por el otro con el amor propio, sin conflictos
te intereses” (Walter Riso); puede amar a la otra persona sin renunciar a
sí mismo; entre muchas otras cosas.
En
fin, el amor no llega de improviso como un demonio o un ángel que se apodera de
nosotros, sino que es un acto de voluntad, usted es que decide si ama o no. Lo
que puede invadirnos es la pasión la atracción y el deseo (el eros), pero quien
tiene dominio propio puede no dejarse poseer. Así que, nadie es víctima del
amor, eso sería blasfemar el amor. Todo lo que usted haga en su relación
afectiva, será su propia responsabilidad.
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