Por Pedro M. Fernández
Los seres humanos tendemos a utilizar analogías tanto como forma de
conocimiento de la realidad, como para transmitir ciertos mensajes. El vuelo de
los gansos es una de esas analogías que utilizamos para llevar diversas
enseñanzas sobre el trabajo en equipo.
Ahora bien, cabe preguntarse si toda analogía lógicamente posible es
pragmáticamente aplicable. En otras palabras, ¿el hecho de que tengamos la
capacidad de realizar de forma lógica una analogía implica que sea aplicable a
la realidad a la que queremos adaptarla?
Aun peor, a veces queremos adaptar toda suerte de analogías absurdas.
El problema es que a veces no tomamos en consideración las diferencias
inherentes a las dos realidades: la que es comparada y a la que se le aplicará
la comparación. Analicemos algunos detalles del vuelo de los gansos en relación
con un sistema de cooperación humano.
Los gansos vuelan en una forma específica. Periódicamente el que va
delante pasa atrás y otro ocupa el lugar principal, en ocasiones cuando uno
enferma otros dos lo acompañan hasta que se recupere y puedan reintegrarse al
grupo o integrarse a otro. Puede que en algunos casos el que estaba enfermo
muera.
De esto se ha sacado toda suerte de enseñanzas para trabajos de
colaboración en equipos humanos. Ello se hace sobre la base de la
personificación, como si las casusas por la que los gansos vuelan de esa manera
tuvieran como bases razones humanas.
En sí no parece que estemos aprendiendo algo de los gansos, sino
introduciendo nuestros razonamientos en el comportmiento de ellos. Los gansos
no vuelan en la forma en que lo hacen porque sean disciplinados u organizados o
porque sepan de aerodinámica, sino que lo hacen porque es una conducta
adaptativa que les permite cansarse menos durante el vuelo. Parece que la causa
de que vuelen así es una necesidad
evolutiva, no un razonamiento. Pero nosotros tendemos a confundir las
razones con las causas. Nosotros tendemos a organizanos en torno a razones,
obviando las causas.
Construimos el concepto de liderazgo y lo adjudicamos a los gansos. El
ganso que está delante no es el gurú que conoce la ruta, pues la ruta está
codificada en el sistema de geolocalización de cada uno, ninguno es mejor o
superior a otros. Simplemente se alterna el trabajo duro de estar delante
rompiendo el viento. Y esa alternancia también está codificada en su conducta.
El grupo no se detiene por un enfermo, sigue la ruta programada. Algunos
se devuelven por si se recupera el enfermo, pero están solos, a suerte de si
encuentran otro grupo o si pueden alcanzar a su grupo. En todo caso no pueden
hacer mucho más que acompañar al enfermo hasta que sane o se muera.
Por otro lado, las conductas de cooperación codificadas evolutivamente
tienen su costo y beneficios: si cooperan flexiblemente no pueden hacerlo en
masas, y si cooperan en masas no pueden hacerlo de forma flexible. Entonces,
los gansos no cooperan de esa forma porque entiendan, hasta donde sabemos, que
es una forma eficaz, sino porque ya está programado en sus genes. Esto implica
que no pueden variar dicho modo, pues el determinismo biológico condiciona su
conducta y modos de cooperación.
La cuestión es que los humanos tenemos otra relación con la biología y
la conducta, nuestras leyes de cooperación no están determinadas
biológicamente, podemos reconstruirlas socialmente, todos los miembros de un
grupo humanos no tienen todos los conocimientos de todo lo que hace el grupo
para poder guiarlo, ni tienen la obligación de dirigir el grupo en un momento
determinado, entre otras cosas.
De manera que esto puede ser una bonita metáfora, pero es más una
idealización atropomórfica del vuelo de los gansos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario