sábado, 5 de mayo de 2018

“El Vuelo de los Gansos”


Por Pedro M. Fernández

Los seres humanos tendemos a utilizar analogías tanto como forma de conocimiento de la realidad, como para transmitir ciertos mensajes. El vuelo de los gansos es una de esas analogías que utilizamos para llevar diversas enseñanzas sobre el trabajo en equipo.

Ahora bien, cabe preguntarse si toda analogía lógicamente posible es pragmáticamente aplicable. En otras palabras, ¿el hecho de que tengamos la capacidad de realizar de forma lógica una analogía implica que sea aplicable a la realidad a la que queremos adaptarla?  Aun peor, a veces queremos adaptar toda suerte de analogías absurdas.

El problema es que a veces no tomamos en consideración las diferencias inherentes a las dos realidades: la que es comparada y a la que se le aplicará la comparación. Analicemos algunos detalles del vuelo de los gansos en relación con un sistema de cooperación humano.

Los gansos vuelan en una forma específica. Periódicamente el que va delante pasa atrás y otro ocupa el lugar principal, en ocasiones cuando uno enferma otros dos lo acompañan hasta que se recupere y puedan reintegrarse al grupo o integrarse a otro. Puede que en algunos casos el que estaba enfermo muera.

De esto se ha sacado toda suerte de enseñanzas para trabajos de colaboración en equipos humanos. Ello se hace sobre la base de la personificación, como si las casusas por la que los gansos vuelan de esa manera tuvieran como bases razones humanas.

En sí no parece que estemos aprendiendo algo de los gansos, sino introduciendo nuestros razonamientos en el comportmiento de ellos. Los gansos no vuelan en la forma en que lo hacen porque sean disciplinados u organizados o porque sepan de aerodinámica, sino que lo hacen porque es una conducta adaptativa que les permite cansarse menos durante el vuelo. Parece que la causa de que vuelen así es una necesidad  evolutiva, no un razonamiento. Pero nosotros tendemos a confundir las razones con las causas. Nosotros tendemos a organizanos en torno a razones, obviando las causas.

Construimos el concepto de liderazgo y lo adjudicamos a los gansos. El ganso que está delante no es el gurú que conoce la ruta, pues la ruta está codificada en el sistema de geolocalización de cada uno, ninguno es mejor o superior a otros. Simplemente se alterna el trabajo duro de estar delante rompiendo el viento. Y esa alternancia también está codificada en su conducta.

El grupo no se detiene por un enfermo, sigue la ruta programada. Algunos se devuelven por si se recupera el enfermo, pero están solos, a suerte de si encuentran otro grupo o si pueden alcanzar a su grupo. En todo caso no pueden hacer mucho más que acompañar al enfermo hasta que sane o se muera.

Por otro lado, las conductas de cooperación codificadas evolutivamente tienen su costo y beneficios: si cooperan flexiblemente no pueden hacerlo en masas, y si cooperan en masas no pueden hacerlo de forma flexible. Entonces, los gansos no cooperan de esa forma porque entiendan, hasta donde sabemos, que es una forma eficaz, sino porque ya está programado en sus genes. Esto implica que no pueden variar dicho modo, pues el determinismo biológico condiciona su conducta y modos de cooperación.

La cuestión es que los humanos tenemos otra relación con la biología y la conducta, nuestras leyes de cooperación no están determinadas biológicamente, podemos reconstruirlas socialmente, todos los miembros de un grupo humanos no tienen todos los conocimientos de todo lo que hace el grupo para poder guiarlo, ni tienen la obligación de dirigir el grupo en un momento determinado, entre otras cosas.

De manera que esto puede ser una bonita metáfora, pero es más una idealización atropomórfica del vuelo de los gansos.

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