Por: Pedro M. Fernández
La gente tiende
temerle más a las amenazas inmediatamente próximas que a las amenazas
aparentemente lejanas. Sin importar si las segundas producen daños más
profundos, duraderos e irreversibles que las primeras. Este fenómeno explica
porqué el común de la población le teme más y juzga con más severidad e
inclemencia la delincuencia juvenil que la corrupción gubernamental.
Por ejemplo, si
le preguntamos a muchas personas por los funcionarios corruptos, podrían decir:
que son ladrones. Y si le preguntamos ¿qué fue lo que se robaron? Posiblemente
nos digan: el dinero del pueblo. Y si le preguntamos ¿dónde, cuándo, cómo y
cuánto se robaron? De seguro que muchos no tendrán ni la más remota idea. El
común de las personas sólo dicen que son ladrones porque la gente lo dice o
porque son del partido opositor. Muchos hasta podrían justificarlo,
argumentando que todos hacen lo mismo y que otros han robado más. Muchos otros
ni le interesa porque se levantan juicios contra ellos.
El punto es que
ningún funcionario le ha puesto un arma de fuego en la cabeza para quitarle lo
que cobró esa quincena (del trabajo inmediato, para resolver problemas
inmediatos), ni le quitó el celular que compró la semana pasada (el único que
tiene). No importa si lo que el funcionario se robó aumenta la presión
tributaria y todavía los tataranietos tienen que seguir pagándolo. Darse cuenta
de este fenómeno social permite a muchos funcionarios derrochar el erario
público sin que el pueblo se inmute.
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